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Actualizado: 8 de junio de 2025


Las escenas inmediatas nos la presentan ya del todo cristiana y en traje de ermitaña; Filipo se acerca con un ejército, organizado para la extirpación del cristianismo, y prende, entre otros prosélitos de este culto, tan odiado por él, á su misma hija, y, sin conocerla, se la lleva cautiva.

Odiado por sus enemigos, lo era también por los mismos á quienes gobernaba y defendía, pues aparte de su dureza y despotismo no le perdonaban los azotes y las torturas con que les había obligado á pagar su propio rescate, las dos veces que los ingleses lo habían hecho prisionero. Su residencia era una sombría fortaleza de sólidas murallas y con alta torre almenada en su centro.

Indudablemente, detrás de los mallorquines nobles y plebeyos venían en orden de consideración los cerdos, los perros, los asnos, los gatos, las ratas... y a la cola de todas estas bestias del Señor, el odiado vecino de «la calle», el chueta, paria de la isla. Nada importaba que fuese rico, como el hermano del capitán Valls, o inteligente, como otros.

Pedro Luis de Gálvez cree que , y quizá tenga razón este admirable ingenio, este excelso poeta, odiado, desdeñado, absurdo, fantástico, que rueda por las calles, borracho y triste, al asalto de unas pocas monedas de cobre roído, en este miserable país de la calderilla. Pedro Luis lleva una fatalidad misteriosa sobre su cabeza. No hay poeta que, como Verlaine, esté ungido de la gracia lírica.

Ese hombre tan odiado, contra el cual truena la voz de millares de frailes, desde millares de púlpitos, debía tener algo del aspecto satánico de Dante cruzando solitario y sombrío las calles de Ravena; alto, delgado, grave y severo, con ojos de mirar intenso, cuerpo consumido por la constante excitación intelectual... ¡Era un prior de convento del siglo XV el que hablaba!

Veíanse en esta muchedumbre muchos de los que vivían en las inmediaciones de las antiguas tierras de Barret. Este juicio tardío iba á ser interesante. El odiado novato había sido denunciado por Pimentó, que era el «atandador» de la partida ó distrito.

Estaban prendiendo fuego á la iglesia de los jesuítas. Una parte de la manifestación, rezagada en el ensanche, sitiaba el templo, rociándolo con petróleo. Ya ardían las puertas. La guardia civil corrió allá á todo galope, abandonando la manifestación. Aresti sentía un entusiasmo casi igual al del Barbas. ¡Ya ardía el odiado cubil! ¡Bilbao despertaba!... Pero iban llegando nuevas noticias.

Tres caballeros de la casa de D. Raimundo estaban prontos a sostener la acusación en palenque abierto contra los defensores de D. Fruela, el cual había apelado al Juicio de Dios. Pero D. Raimundo era tan poderoso y temido, y por su inaudita soberbia era D. Fruela tan odiado, que nadie acudía a defenderle. Sólo faltaban tres días para expirar el plazo.

Era cosa semejante al allanamiento de las moradas aristocráticas por la irritada y siempre sucia plebe. Sonaba el odiado trueno de las revoluciones, y destruidas las clases, el fiero populacho quería infamar las grandes razas emparentándose con ellas.

Libres los dos, nada hubiera impedido que se unieran legítimamente, si aquel rebelde no hubiera desconocido y odiado las leyes y hasta dirigido todos sus esfuerzos a destruirlas. Casándose con ella, la habría dado la mayor prueba de su conversión, pero probablemente no era sincero al decir que se había convertido.

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