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Actualizado: 12 de julio de 2025


Este fué el único cambio ostensible en su vida. ¿Qué extrañas armonías existirían entre el alma de Siles y su carrick? ¿Por qué este hombre, en vez de adquirir otro más adecuado indumento, se envolvió en aquella prenda grotesca de grandes cuadros negros sobre fondo amarillo?

Pero pienso como mi amigo pintor, que Murger ha envenenado nuestra juventud y nos ha hundido en la pobreza y en la soledad con el hechizo de sus mágicas narraciones. «Debemos desenterrar y quemar los restos de MurgerSiles y su carrik SILES era filósofo, poeta y cronista.

Luego de esta valiosa adquisición, Siles se encerró en una torre de marfil, que alquiló por doce duros en una calle de Chamberí, y la media tostada fué sustituida por alimentos más respetables que redondearon la bóveda del vientre y lustraron su cara flácida y exangüe. En breve espacio, uno tras otro, lanzó al público veinticuatro libros.

Después doña Marta, guiada por Lope, intenta divorciarse de su marido, y aunque no lo logra, el matrimonio debió vivir últimamente en casa separada, hasta que la muerte, llevándose en 1618 ó 1619 al Roque Hernández, tan odiado por Lope, estableció la separación definitiva. Del año 1617 son las Partes séptima y octava, impresas en Madrid a costa de Miguel de Siles por la viuda de Alonso Martín.

Y un buen día murió un tío de Siles dejándole toda su fortuna. Fué uno de esos tíos maravillosos, imprevistos y ricos que tienen la bondad de morirse a tiempo y que apenas tienen realidad, como si sólo fuesen imaginados para desenlazar las malas comedias. Cayó sobre el bohemio un portentoso aluvión de miles de duros, y el chaquet fué sustituido por un carrik.

Y mientras ellos cantan, las hormiguitas hacen su granero. Siles ha muerto de una manera trágica; hallaron su cuerpo caído en medio de una carretera, de noche, como un montón andrajoso, y en un carro, como un fardo inútil, ni saber quién era, le llevaron al hospital.

Pueyo era una gran figura en la andante literatura de esta época: él fué el único que creyó en Siles, el que en los cafés solitarios nos hacía leer nuestros versos, después de escuchar un aria de Marina o el raconto de Lohengrin. Entonces se conmovía mucho y confesaba que él también había escrito versos en su juventud.

Siles no era un escritor extraordinario, pero pocos hombres tenían más jugoso temperamento ni más riqueza de ilusión que este pobre cantor errabundo que ha caído para siempre, sin dinero y sin gloria, y al que las gacetas sólo han dedicado un pequeño lingote de prosa vulgar.

Palabra del Dia

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