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Actualizado: 4 de noviembre de 2025
En cambio el buen Champeaux se saborearia regaladamente con la memoria de mis pobres francos. Tengo la costumbre de levantarme muy temprano, siguiendo el prudente consejo de Franklin. Hoy es dia excepcional; me levanto á las ocho dadas.
Es un carácter huraño el de las clases pudientes; una honda división las separa del pueblo. Y los señores, cuando dan las ocho de la noche, si quieren salir de casa, han de hacerse acompañar de dependientes y criados... Suena una larga campanada grave, melódica, sonorosa, pausada.
Ayudado por Reginaldo, procedí de nuevo a colocar sobre la mesa las cartas como me había indicado, y las arreglé, según la extraña rima, en cuatro columnas de ocho cartas cada una, por orden alfabético. ¡Al fin! gritó Reginaldo, casi fuera de sí de gozo. ¡Al fin! ¡Ya la tenemos, viejo! ¡Mira! Lee la primera letra de cada carta hasta abajo, una columna después de otra. ¿Qué es lo que deletreas?
No hacía dos años aún que se había casado. ¡Qué moza, Manolo! ¡Y qué intención... y qué arte!... En ocho días no dejó un flamenco en su sano juicio. Casi hubo que echarla de allí por obra de caridad y cuestión de orden público No acabó de confesármelo ella; pero me consta que se llevó la palma de sus preferencias un potentado y hermosísimo albanés, con zaragitelles y todo.
Juana Miró, mujer de Pedro Onofre Cortés de Guillermo, alias Moxina, de oficio cobrador de deudas, natural de la Villa de Muro en este Reino, vecina de esta Ciudad, de edad de veinte y ocho años, fue presa por judaizante. Salió al Auto en forma de penitente con su sambenito de dos aspas y vela verde en las manos.
Por cada uno que se tragaba era preciso que la Morana le sirviese una copa de ginebra, la cual vertía cuidadosamente en un frasco que llevaba al efecto en el bolsillo. Si eran seis cuarterones, seis copas; si ocho, ocho. Toda esta ginebra pasaba delicadamente a su estómago en pequeños sorbos después que se había metido en la cama. «¿Pero don Segis, cómo se bebe usted tanta ginebra de una vez?
Así se mostraba por las tardes á la admiración pública, ocupando uno de los ocho automóviles que poseía el héroe como recuerdo de sus campañas. Su paseo favorito era la calle central de la ciudad, una alameda con árboles seculares, de cuyas ramas pendían á veces hombres ahorcados.
A las seis de la noche volví á varar, por lo que fué preciso tender espia para sacar la embarcacion, y egecutado, mandé poner faroles en las balizas, que por ser la noche obscura no se veian, y volví á tentar la entrada que conseguì á las ocho de la noche, en cuyo sitio dí fondo, dejar para mañana el saber cual sea el principal Colorado, pues sé que estoy en su entrada.
Desnudóse luego de medio cuerpo arriba, y, arrebatando el cordel, comenzó a darse, y comenzó don Quijote a contar los azotes. Hasta seis o ocho se habría dado Sancho, cuando le pareció ser pesada la burla y muy barato el precio della, y, deteniéndose un poco, dijo a su amo que se llamaba a engaño, porque merecía cada azote de aquéllos ser pagado a medio real, no que a cuartillo.
Trataron luego de partirse; porque ocho mil hombres, sin los cautivos, caballos y bagajes, eran número grande para poder sustentarse, y vivir de lo que el enemigo habia dexado de recoger.
Palabra del Dia
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