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Actualizado: 24 de junio de 2025
La noche pasó sin novedad, y a la salida del sol tampoco cambiaron las cosas. Oíase hablar entre sí a los piratas, pero sin salir de la espesura donde estaban ocultos. Esto va tomando muy mal cariz dijo Van-Horn. Si la cosa sigue, no sé cómo vamos a componérnosla sin una gota de agua.
Señor marqués..., ¿quiere que tomemos un poco el aire? Está la noche muy buena.... Nos pasearemos por el huerto.... Y para sus adentros pensaba: «En el huerto le digo que me voy también.... No se ha hecho para mí esta vida, ni esta casa». Salieron al huerto. Oíase el cuarrear de las ranas en el estanque, pero ni una hoja de los árboles se movía, tal estaba la noche de serena.
Al fin consiguieron trasponer la colina, y deteniéndose un punto a tomar aliento, bajaron otra vez de corrida hacia el establo, que no distaba mucho de la cumbre. La puerta estaba cerrada con llave. Los fugitivos se miraron acongojados, sin saber qué hacer. En mucho trecho a la redonda no había nada donde guarecerse. Oíase ya formidable rumor de voces hacia la cumbre que acababan de doblar.
Tú ves visiones. Seguíase breve pausa y completo silencio. Una espera trágica. ¡Chist! Ahora, ahora gritaba la anémica palmoteando . ¡Ahora sí que viene! ¡Y con alma! En efecto, oíase un borboteo extraño, después un silbido agudo, y un chorro de agua hirviente, que despedía intolerable olor sulfuroso, se lanzaba, espumante, recto y rápido, hasta la cúpula misma del alto cenador.
Un ambiente cálido de la zona tropical saturaba el aire, y de vez en cuando oíase salir un murmullo de colmena, que a veces se elevaba como para dominar los ecos bulliciosos de la orquesta. En uno de estos grupos, bajo del tercer palmero, a la derecha, hallábase Juana de Maurescamp escuchando distraída a tres o cuatro suspirantes de distintas edades.
¡Pie a tierra! repitió bruscamente; y obedecí. El bosque era espesísimo desde la orilla misma del camino. Ocultamos nuestros caballos entre los árboles, les vendamos los ojos y permanecimos inmóviles junto a ellos. ¿Quiere usted saber quiénes son? murmuré Sí, y adónde van. Entonces noté que su diestra empuñaba un revólver. Oíase cada vez más próximo el trote de los caballos.
Oíase el gemido de la prensa, el roce del pegajoso rodillo negro y el rascar de la pluma del maestro sobre la piedra. Juan Bou, que aunque buen catalán tenía un oído infernal, destrozaba entre dientes La Marsellesa, como destroza el fumador la colilla del cigarro. Después escupía unas cuantas notas, y callaba para empezar de nuevo al poco rato.
Desde por la mañana tenía que endosarse el chaqué y el sombrero de copa, para estar dispuesto a acompañar a la señora; oíase llamar torpe a todas horas porque en las visitas cerraba la boca, o si la abría era para soltar ingenuidades y franquezas que recordaban su origen; y... ¡oh tormento insufrible!
Oíase el paso de las cigarreras que regresaban de la Fábrica; no pisadas iguales, elásticas y cadenciosas como las que solían dar al retirarse a sus hogares diariamente, sino un andar caprichoso, apresurado, turbulento.
Mas de repente sintieron un rumor que no provenía de ellos. Todos miraron al techo, y como no veían nada, se contemplaban los unos á los otros, riendo. Oíase gran murmullo de alas rozando contra la pared y chocando en el techo. Si estuvieran ciegos, habrían creído que todas las palomas de todos los palomares del universo se habían metido en la sala. Pero no veían nada, absolutamente nada.
Palabra del Dia
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