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Actualizado: 24 de junio de 2025


Después venía el ruido rápido que producen las trencillas del corsé al deslizarse por entre los ojetes metálicos; luego caían sobre la alfombra las ropas, con gemir de ola en playa, oíase el murmullo de las frases ahogadas en besos, y en seguida comenzaban esos primores de refinamiento amoroso que condenan los hipócritas y disculpan los sabios. ¡Cómo los recordaba!

En la última línea del horizonte, bajo la inmensidad azul, se destacaban las cumbres violáceas de la sierra, oíase a lo lejos acompasado y lento el campanilleo de una recua, y una bandada de golondrinas, piando alegremente, volaba en torno de los murallones de un castillo ruinoso que parecía perdido y olvidado en la extensa soledad del llano.

Preferiría que volviéramos a la playa, ahora que tenemos una caldera. Podríamos muy bien pasarnos sin la otra. ¡Oh, oh! exclamó Van-Horn . ¡A tierra todo el mundo! Oíase en el aire un extraño ruido que se acercaba rápidamente. Los cuatro holandeses se dejaron caer al suelo, aunque Hans y Cornelio ignoraban el peligro que les amenazaba.

Los violines, mal afinados, gruñían como cochinillos hambrientos, oíase algún quejido gangoso de clarinete y rasgaban el aire alegres carcajadas infantiles. Don Juan, de pie en el callejón central de las butacas, tenía fija la mirada en el palco.

La ocasión oportuna fué cuando la guerra de conquista contra los moros costaba tan cara á Castilla, cuando de todas partes oíase el clamoreo de: ¡oro! ¡oro! Fué cuando la España victoriosa deliraba por su gran cruzada y establecía el tribunal de la Inquisición. El italiano se agarró á esta palanca, convirtiéndose en más devoto que los devotos.

Pasados estos incidentes volvía otra vez la lección cantada, y la arboleda parecía estremecerse de fastidio al tamizar entre su ramaje este monótono sonsonete. Algunas tardes oíase un melancólico son de esquilas, y toda la escuela se agitaba de contento. Era el rebaño del tío Tomba que se aproximaba. Todos sabían que llegando el viejo con su ganado había un par de horas de asueto.

Al levantarse, cuando la gota se lo consentía, el anciano caminaba algunos instantes a lo largo de la cuadra. Guiomar y su hijo se acurrucaban junto al brasero. Oíase el tic-tac de un cuadrante. Nadie hablaba. No hubiera podido decirse, al pronto, si era una aversión recóndita o un dolor compartido lo que motivaba dicha reserva. Cada uno se informaba del otro por medio de la servidumbre.

Un poco cansado de tanto cavar, Peñálvez hizo una pausa y miró al cielo. Muy alto, bajo las nubes algodonosas, pasaba una larguísima bandada de pájaros blancos, volando con majestad de serafines. Luego, bajó la vista, y vio que, en la maleza, daban su alegre nota las flores de los ceibos, rojas de un rojo húmedo, como encías de mujer. A lo lejos oíase el monótono grito de un ave zancuda... ¡

El caballero daba en la puerta unos golpecitos con el puño del bastón; oíase una voz que decía: «Espera...» Don Juan quedó profundamente dormido. Capítulo III Donde el autor dice quién es la mujer bonita

El toque de alborada, risueño y bullicioso, estremecía de júbilo la silenciosa aldea; las gallinas batían las alas despertándose, ladraban los perros, los puercos gruñían en su pocilga, las vacas sacudían la cadena que las sujetaba en el establo, dentro de las casas oíase rumor de pasos y conversaciones.

Palabra del Dia

rigoleto

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