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Actualizado: 24 de julio de 2025


El viento acompañaba en ocasiones con demasiada fuerza, y no se oían las palabras; pero después de cada golpe de mar, entre el murmullo del agua que chorreaba, oíase constantemente el estribillo de la canción: Es honrada Liseta y no fe...a: Se queda en la alde...a... Pero llegó un día de viento y lluvia muy fuertes, en que ya no lo .

Aquellas frases iban poco a poco resolviéndose en palabras sueltas, después en monosílabos; oíase un bostezo, otro, y al fin todo quedaba en plácido silencio, después de extinguida la luz, a cuyo resplandor había enriquecido sus conocimientos el capataz de mulas. Una noche, después que todo calló, dejose oír ruido de cestas en la cocina.

Se comerciaba a gritos. A cada instante estallaba una gresca. Oíase el continuo rumor soñoliento de tornos y telares, semejante al de populosa plegaria en alguna mezquita. Los hombres vestían casi todos a la española; algunos llevaban gregüescos de lienzo, como la gente de mar. Las mujeres, saya de colores aldeanos y juboncillo corto.

Al día siguiente reinaba uno de aquellos violentos, ruidosos y animados temporales que consigo trae el equinoccio. Oíase el viento soplar en diferentes tonos, como una hidra cuyas siete cabezas estuviesen silbando a un tiempo.

Imponente era el cuadro que desde aquella elevación se divisaba. Prados y bosque iluminados dulcemente por la luz argentada de la luna; oíase á lo lejos el tañido penetrante de una campana; á un lado de la torre se desmoronaban los muros del castillo, presa de las llamas, y al pie de su último refugio agitábase con ademanes furiosos y roncos gritos la multitud de sus enemigos.

Desde que empezó a hervir la olla, hubo en los Pazos mesa franca: se veía correr a Filomena y a Sabel por los salones adelante, llevando y trayendo bandejas con tostado jerez y bizcochos; oíase el retintín de las cucharillas en las tazas de café y el choque de los vasos.

En las noches serenas y tibias oíase su arrullo, suave y lento, cuando en el aire había un hálito de juventud que parecía exhalarse de la activa expansión de la savia nueva.

Los vientos otoñales habían extendido en pocos minutos negro manto de nubes, uniformemente obscuras, y sólo en un punto ralas y tenues, hacia el Oriente, donde a través de blancos velos dejaban adivinar las más altas regiones del éter, los océanos superiores del aire, limpios, surcados por mil celajes voladores. Oíase el ruido lejano de la lluvia.

Y entonces no habrá quien me tosa... ¡Oh!, si no lo sintiera aquí dentro, yo y seríamos iguales, tan loco el uno como el otro, y entonces que debíamos matarnos. Oíase el run run de las despedidas de doña Silvia y Rufinita en el pasillo. A poco entró la de Jáuregui, y viéndola su sobrino, se volvió al sofá, dejando a su mujer en pie en medio del cuarto.

Había en ellas grandes talleres industriales amurallados y ruidosos, fábricas cuyas chimeneas humeaban, oíase hervir de calderas, estruendo de engranajes. Pensaba yo en la tensión que me consumía desde muchos meses, en aquel hogar interior siempre encendido, siempre abrasador esperando una aplicación que no estaba prevista.

Palabra del Dia

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