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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Nuchiña, no llores.... Calla, mujer.... Ya te dejo; no te hago nada.... Aguarda un instante. Registró precipitadamente sus bolsillos, rascó un fósforo, miró alrededor, encendió una vela puesta en un candelabro.... Nucha, viéndose libre, callaba; pero se mantenía a la defensiva. Volvió el marqués a disculparse y a consolarla.
Después se lanzó por las escaleras, dirigiéndose a la habitación de Nucha. Nada aconteció aquel día que lo diferenciase de los demás, pues allí la única variante solía ser el mayor o menor número de veces que mamaba la chiquitina, o la cantidad de pañales puestos a secar. Sin embargo, en tan pacífico interior veía el capellán desarrollarse un drama mudo y terrible.
Las mantenedoras de este torneo eran Rita y Manolita, las dos mayores; en cuanto a Nucha y Carmen, se encerraban en los términos de una cordialidad mesurada, presenciando y riendo las bromas, pero sin tomar parte activa en ellas, con la diferencia de que en el rostro de Carmen, la más joven, se notaba una melancolía perenne, una preocupación dominante, y en el de Nucha se advertía tan sólo gravedad natural, no exenta de placidez.
Cuidado que eres sensible de veras. A ver, a ver esa cara. Alzó el candelabro para alumbrar el rostro de Nucha. Estaba ésta encendida, demudada, y por sus mejillas corría despacio una lágrima; pero al darle la luz en los ojos, no pudo menos de sonreír ligeramente y secar el llanto con su pañuelo.
Ya sobre la pista, don Pedro siguió acechando, a fuer de cazador experto. Nucha no debía tener ningún adorador entre la multitud de estudiantes y vagos que acudían al paseo, o si lo tenía, no le hacía caso, pues caminaba seria e indiferente. En público, Nucha parecía revestirse de gravedad ajena a sus años. Respecto a Manolita, no perdía ripio coqueteando con el señorito de la Formoseda.
¿Por qué se asusta usted tanto, tío? exclamaba don Pedro gozando en sus adentros con la mortificación y asombro del viejo hidalgo . ¿Hay impedimento? ¿Tiene Nucha otro novio? Comenzó don Manuel a poner mil objeciones, callándose algunas que no eran para dichas.
Es vuestro hermano, mi señor primo, el mayorazgo de la Lage, Gabrieliño. Pues claro: ¿quién había de ser? Pero esa Nucha le quiere tanto, que siempre le llama su niño.
Dio al sobrino manotadas en los hombros y en las rodillas; gastó chanzas, quiso aconsejarle como se aconseja a un niño que escoge entre juguetes; y por último, tras de referir varios chascarrillos adecuados al asunto y contados en dialecto, acabó por declarar que a las demás chicas les daría algo al contraer matrimonio, pero que a Nucha... como esperaba heredar lo de su tía.... Los tiempos estaban malos, abofé.... Luego, encarándose con el marqués, le interrogó: ¿Y qué dice esa mosquita muerta de Nucha, vamos a ver?
Al fin se fue, no muy de su grado. Llenaba la capilla olor de flores y barniz fresco; por las ventanas entraba una luz caliente, que cernían visillos de tafetán carmesí; y las carnes de los santos del altar adquirían apariencia de vida, y la palidez de Nucha se sonroseaba artificialmente. ¿Julián? preguntó con imperioso acento, extraño en ella.
¡Estoy harta de tener calma! exclamó con enfado Nucha, como el que oye una gran simpleza . He rogado, he rogado.... He agotado todos los medios.... No aguardo, no puedo aguardar más.
Palabra del Dia
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