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Actualizado: 26 de junio de 2025


En su comparación, la más sangrienta corrida de toros es menos cruel, y menos peligrosa para el hombre que muchos juegos y ejercicios, como la caza de leones, osos y tigres y hasta como las mismas carreras de caballos, donde tal vez los jockeys están más expuestos que los toreros y pueden reventarse o romperse la nuca.

El era el más modesto, el último, pero allí estaban sus compañeros todos aquellos señores con levita inglesa y pe lo partido de la frente a la nuca, jóvenes estudiosos que le habían ilustrado con sus profundas apreciaciones, y cuando ellos no habían hecho más economías, era porque resultaba imposible.

El coronel... ¿Dónde diablos estará el coronel? Atraviesa las salas de juego, buscando una cabeza de pelo canoso partido en dos secciones brillantes por la raya que se tiende rígida de la frente á la nuca. La ve al fin sobre el respaldo de un diván, entre dos sombreros de mujer, cuatro ojos orlados de luto y unas mejillas con las arrugas rellenas de pasta blanca y pasta rosa.

Y se oía, como una risa, el canto del ruiseñor. ¡Tsing-pé! ¡Tsing-pé! dijo el gran mandarín, y dio dieciocho vueltas seguidas con los brazos abiertos, y se echó por tierra, con la frente a los pies del emperador. Y a los mandarines, arrodillados en el aire, les temblaba en la nuca la cola. La galería de las máquinas

Dicen que los peones de las salinas se están moviendo... Pasemos. ¿Quién es ese hombre que cruza el Altozano, apurado, mirando eternamente el reloj, con el sombrero alto a la nuca, delgado, moreno, con unos ojos brillantes como carbunclos, saludando a todo el mundo y por todos saludado con cariño?

El cuerpo flacucho y pobre; la cabeza charolada a fuerza de cosmético, partida por una raya que con rectitud geométrica iba desde la frente a la nuca; en la cara enorme nariz, bigotillo afilado y patillas de chuleta, y bajo la barba, asomando por entre las dos alas de un cuello «a la pajarita », esa protuberancia horrible llamada nuez, que parece la condecoración de la juventud raquítica.

Las andaluzas eran parlanchinas y vociferadoras; hablaban gesticulando y manoteando, esparciendo con su cháchara el aturdimiento en torno de ellas. Vestían falda de percal rameado con largos volantes, llevaban el mantón terciado, el moño aceitoso caído sobre la nuca, la frente con cuernecillos de pelo pegado, y en el cuello varias sartas de cuentas azules.

Los otros abrían tamaña boca. Debía ser cierto, cuando Quilito lo decía. ¿Y si soltaba el trapo a disertar sobre finanzas? tenía tales trazas de catedrático, que nadie chistaba. ¿Qué noticias traes? le preguntó Jacinto. ¡Psh! hizo Quilito, lo de siempre, que esto se lo lleva el diablo. Echóse el sombrero a la nuca, y saludó con un gesto familiar a míster Robert.

El cabildo se formó en dos filas, con la cabeza baja, prestando acatamiento a su príncipe. ¡Qué mirada la de don Sebastián! Los canónigos, inclinados, creyeron sentirla en la nuca con una frialdad de acero.

Sobre la negra sotana con ribetes rojos descansaba la cruz de oro. Se apoyaba en un bastón de mando con cierta marcialidad, y las borlas de oro de su sombrero caían sobre su nuca grasienta, de una piel rosada y cubierta de pelos blancos.

Palabra del Dia

rigoleto

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