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Actualizado: 26 de junio de 2025


Cuando subió al carruaje de Febrer en el camino de Valldemosa, dando orden al cochero que lo había traído hasta allí para que regresase a Palma, se echó atrás el sombrero de fieltro flexible, que llevaba en todo tiempo, aplastado de copa, con el ala delantera subida y la posterior desplomada sobre la nuca. ¡Aquí estamos todos! ¿de veras que no me esperabas?

Al sentarse a la mesa le habían asaltado mil incomodidades desconocidas para ella: acaloramientos súbitos que le enrojecían momentáneamente sus carrillos laxos, golpes de fuego a la vista, dolores punzantes a la nuca, relampagueos, obscurecimientos, latidos, y qué yo qué vagos presentimientos de un ataque repentino cruzaban pinchándole su imaginación y haciéndole exclamar de cuando en cuando con cierta desesperante agitación: ¡Jesús, por Dios! ¿qué tengo yo?

Venía cansadísimo, fatigado, como perro jadeante, apoyándose en el bastón de puño de oro, arrollada sobre los hombros la española capa, echado hacia la nuca el sombrero de copa. Había ido a pasear por los callejones de Barrio Viejo su esponjada prosopeya. Al verme se detuvo: Amiguito: ¿va usted a donde todos, no es eso? ¡Vengo medio muerto! ¿Llegó usted hasta la cascada? ¡Guárdeme el Cielo!

Allí estaba el de Jijona, con sombrerón de terciopelo, traje de paño negro y el ancho cuello de la camisa sujeto por un broche de plata. Al lado la mujer, con su rostro redondo y sonrosado de manzana y el pelo estirado cruelmente hacia la nuca, cayendo en gruesa trenza por la espalda sobre la pañoleta de vistosos colores.

Tenía notado que el agua fría vertida por la nuca le daba mucho valor y le reconciliaba con la vida; le repugnaba esta dependencia del espíritu con respecto de la materia, pero tenía que reconocerla.

Pero, al mismo tiempo, me siento tan feliz como si la suave mano de una mujer me acariciara la nuca. No tienes necesidad de hablar de agrega, mirándose las puntas de las botas; pero si fueras allá a menudo, quizá las cosas se arreglarían por solas.

A los pocos pasos se desgarró la atmósfera en ondas tumultuosas. Los dos vacilaron sobre los pies, mientras zumbaban sus oídos y creían sentir en la nuca la impresión de un golpe. Se les ocurrió al mismo tiempo que ya habían empezado á tirar los alemanes. Pero eran los suyos los que tiraban. Una vedija de humo surgió del bosque, á una docena de metros, disolviéndose instantáneamente.

Yo estaba absorto en la contemplación de tanta maravilla, cuando sentí un fuerte golpe en la nuca. Creí que el palo mayor se me había caído encima. Volví la vista atontado y lancé una exclamación de horror al ver a un hombre que me tiraba de las orejas como si quisiera levantarme en el aire. Era mi tío.

El Nacional levantó sus ojos a lo alto. ¡Y así acababa un hombre como aquel, sin poder estrechar la mano de los amigos, sin decir una palabra, repentinamente, como un mísero conejo a quien golpean en la nuca!... La desesperación le hizo salir de la enfermería. ¡Ay, él no podía ver aquello!

Palabra del Dia

irrascible

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