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Actualizado: 26 de junio de 2025


Era verdad; estaba allí disputando con don Frutos, que insistía en que el Don Juan Tenorio carecía de la miga suficiente. Don Álvaro permaneció junto a la Regenta. Ella le dejaba ver el cuello vigoroso y mórbido, blanco y tentador con su vello negro algo rizado y el nacimiento provocador del moño que subía por la nuca arriba con graciosa tensión y convergencia del cabello.

Porque si tanta sangre salía de las manos atravesadas por un estrecho puñalito, ¿qué cantidad no saldría del boquete abierto en mi estómago por una faca de siete muelles o por una lengua de vaca? ¡Cielos, una lengua de vaca! Se me erizaba hasta el vello de la nuca.

¡Las medialunas!, ¡las medialunas! gritó la concurrencia entera. El alcalde repitió el grito. Salieron aquellas armas terribles y el toro quedó en breve desajarretado; el dolor y la rabia le arrancaban espantosos bramidos. Cayó por fin muerto, al golpe del puñal que le clavó en la nuca el innoble cachetero. Los chulos levantaron a Pepe Vera.

En fin, tirando el sombrero sobre la nuca, estirando la pierna, empinando el vientre, bostecé formidablemente. Mucho tiempo rodé así por la ciudad, bestializado en un goce de Nabab. Súbitamente, un brusco apetito de gastar, de disipar oro, vino a llenar mi pecho como una ventolina que hincha una vela. ¡Pára, animal! grité al cochero. El coche se paró.

Rafael estaba silencioso y cabizbajo; no osaba levantar la vista; sentía en su nuca la mirada de aquellos ojos verdes que parecían registrarle el alma. A ver; levante usted esa cabeza; proteste un poquito como antes. ¿Es verdad o no lo que digo? ¿Y si fuera?... se atrevió a suspirar Rafael, viéndose descubierto bruscamente.

Isidro vio a su amigo de pie junto a la artista, con los ojos fijos en su nuca inclinada, esperando una indicación de su cabeza para volver las hojas de la partitura. Vea, Maltranita.

Se acordaba, además, de las palabras de su apoderado: de la arrogancia con que sabía espantar a los moscones molestos; de aquel jueguecito aprendido en el extranjero que la hacía manejar a un hombrón como si fuese un guiñapo... Siguió contemplando la blanca nuca, como una luna envuelta en nimbo de oro, al través de las nieblas que tendía el sueño ante sus ojos. ¡Iba a dormirse!

Pero antes de que terminase la operación y pudiera volver la cabeza, sintió una boca ávida que acariciaba su nuca. No; aquí no dijo con tono suplicante . Seamos serios. Y mientras él, rebelde á estas exhortaciones, insistía en sus apasionados avances, la voz de Margarita volvió á sonar sobre el estrépito de ferretería vieja que lanzaba el automóvil saltando sobre el pavimento.

Las patillas grises estaban unidas al bigote; la raya del peinado descendía hasta la nuca, y por encima de las orejas avanzaban, brillantes de cosméticos, dos mechones recortados y teñidos. Creí que era un general ruso ó un personaje austriaco vestido de invierno, con una elegancia digna de la Costa Azul, y eras , querido coronel. Aún no te había visto fuera de Villa-Sirena.

Donde quiera le vereis ó con el sombrero calañes, que es la tradicion del turbante, ó con un pañuelo de colores vivos atado á la cabeza por detras cayendo sobre la nuca.

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