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Actualizado: 26 de junio de 2025
Y Leonora, siempre con los ojos en la luna, la nuca apoyada en sus brazos, que escapaban nacarados, fuertes y redondos de las caídas mangas, hablaba lentamente, evocando sus recuerdos, viendo pasar ante su imaginación la escena de intensa poesía, la glorificación y el triunfo de la Naturaleza y el amor.
Es lo que él había hecho. Dió un nuevo revés al gorro y se lo echó a la nuca. De modo... dijo misia Gregoria, que no podía respirar.
Imitó el peinado de su general, con la raya de la frente á la nuca, mechones en las sienes alisados hacia adelante y bigotes unidos con las patillas, á la rusa.
El resultado fue aplastador... Una cabeza grandota, calva... una nuca enorme... bolsas debajo los ojos... papada... y, encima de todo eso, un color cobrizo como el de un caldero expuesto por mucho tiempo a la acción del fuego.
Rafael contemplaba con asombro a su amiga. ¡Qué guapa estaba!... ¡Cualquiera podía adivinar en ella a la artista de inmenso renombre! Parecía una hortelana, vestida de fresco percal, como anunciando la primavera; al cuello un pañolito rojo y la rubia cabellera al descubierto, peinada con artístico descuido, anudada rápidamente sobre la nuca. Ni una joya, ni una flor.
Las llamas iban extinguiéndose, la plaza estaba cada vez más obscura y los chiquillos desertaban en grupos, bucando otras fallas que no hubiesen llegado al período de la agonía. Dos hombres salieron del cafetín agarrados del brazo, con paso lento y vacilante. Eran los viejos borrachos, con la gorrilla en la nuca y el eterno pañuelo de hierbas en la mano.
La sobrina, por su parte, parecia estar contenta de mis opiniones y gustos en cuanto á las españolas, y al fin quedamos muy amigotes, aunque de cuando en cuando sentia yo que por encima de mi nuca le echaba el tio á la sobrina las miradas mas paternales, pero siempre escrutadoras en el fondo.
Sintió que la sujetaban por la cintura y le daban un beso en la nuca. «Era el otro; ¡pobre, no sabía lo que le aguardaba!». Don Álvaro, después de su conversación con Ana, la había hecho retirarse y se había quedado solo en el comedor para «dar el ataque» a Petra y proponerle, entre caricias, de que cada día le pesaba más, el cambio de amos.
El único que no estaba en la casa era Alejandro: el pícaro pardo había cumplido su promesa; un día de un altercado tremendo con mi tía, desbocó los caballos al descender la violenta pendiente de la barranca de la Recoleta y volcó el landeau en una zanja, lo hizo pedazos y magulló a mi tía que fue izada por la ventanilla con la gorra en la nuca y los vestidos en un desorden inconveniente.
Colócase en el cuello el pañuelo que tenía anudado en la cabeza, y sus cabellos rizados y en desorden, que caen sobre la frente y la nuca, se ponen a flotar al viento, felices por haber recobrado la libertad. La mirada de Juan se detiene admirada sobre la belleza fresca y virginal de aquella joven, que tiene las maneras de una niña sencilla y traviesa.
Palabra del Dia
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