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Actualizado: 26 de junio de 2025
Uno tiene puesta la nuca en el borde del diván y los pies en una butaca, otro se retuerce con la mano izquierda el bigote y con la derecha se acaricia una pantorrilla por debajo del pantalón; quién se mantiene reclinado con los brazos en cruz; quién se digna apoyar la suela de sus primorosas botas en el rojo terciopelo de las sillas.
Apretaba la frente contra los pies del Redentor, respirando ansiosamente y con cierta opresión, y sentía latir en sus sienes la sangre con singular violencia, mientras el dorado y sutil vello de su nuca se levantaba de un modo imperceptible a impulso de la emoción que la embargaba. De vez en cuando sus labios, pálidos y trémulos, decían en voz baja: ¡Sigue, sigue!
Comenzaba a arrepentirse de su brutalidad. ¡Pobre Mina!... Pero ella, protestando de esta conmiseración, giró la cabeza sobre su hombro hasta apoyar la nuca, y en tal postura, con los ojos llenos de lágrimas y sonriendo al mismo tiempo, se elevó en busca de su boca, devolviéndole las caricias con un beso largo, interminable.
A fin de evitar o hacer que cediese la inflamación de las membranas de la cabeza, le puso un cáustico en la espalda junto a la nuca, y se valió de revulsivos para llamar la sangre y el calor a las extremidades. Todo, no obstante, fue en vano. La noticia de la enfermedad del Padre corrió en seguida por el lugar y llegó a los oídos de doña Luz, quien vino al instante a verle.
Al primer beso que le robó sobre la nuca estando bebiendo agua en la cocina, la arriscada costurera «le armó un escándalo». Se puso roja como una cereza, chispearon sus ojos expresivos con ira, y le gritó: ¡Cuidadito, que yo no sufro esas cosas!... Vaya usted a hacerlas con las que se lo aguanten. Esto iba sin duda con Nieves. Pablito obró con más cautela en adelante, aunque no con menor osadía.
La montura es tan insegura que cada jinete es un equilibrista. El jinete va sentado en el centro, con las piernas cruzadas sobre la nuca del asno, y este, que no está sujeto por brida ni cabestro, es manejado hábilmente al influjo de los golpes que le regala con la mano su equilibrista caballero.
Mina acariciaba la nuca de su hijo, y éste acogía la amorosa protección con un runruneo sordo, lo mismo que una bestezuela doméstica que siente disiparse su pavor. Pero el pensamiento de la madre estaba cada vez más lejos de Karl. Todo él era para Ojeda, que la devolvía a su pasado.
Yo no puedo pensar en describirla... ¡era algo estupendo!... tenía la cabeza envuelta en una gasa verde oscura, recogida atrás con unos mechones de cabellos envueltos con la gasa sobre la nuca marmórea, y que me parecían luchar entre sí como si defendieran una posesión divina... yo no he visto... no... ¡no hay en el mundo una criatura que se le parezca!
Este, olvidando lo pasado y queriendo aprovechar la felicidad que se le ofrecía de pronto, abrazaba á la visitante, besándola en la nuca. ¡Luego... luego! suspiró ella . Ahora déjeme ver. Siento una curiosidad de niña.
Pasó dos días don Bernardino en cama, quejándose de dolores en los riñones, en la nuca y sobre todo en la cabeza; decía que por allí dentro le andaba una docena de demonios, dándole patadas en los sesos y martillazos en las sienes.
Palabra del Dia
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