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Actualizado: 6 de junio de 2025
Desgraciadamente no pudieron realizarse por una alteración funesta de los nervios de la esposa del fisiólogo. D.ª Carolina no tenía noticia de la compra del mono. D. Pantaleón, que sabía cuán poca simpatía le inspiraban los adelantos de la ciencia, había cuidado de ocultársela.
En las neuralgias propias de la coloquíntida, hay siempre grande escitacion nerviosa y alteraciones funcionales que demuestran la afeccion secundaria de los nervios ganglionares; son tirantes, calambroides, semi-laterales algunas veces; y hay punzadas rápidas al través de la parte afecta.
Dejé caer el periódico de las manos, y fuí acometido de una risa convulsiva que degeneró en ataque de nervios. ¿De modo que había usted matado á un muerto? Precisamente. POR DON ARMANDO PALACIO VALD
No diré que le odio, porque no odio a nadie, y si le odiase haría de usted excepción honrosa. Me es usted indiferente, pero me aburren y me atacan los nervios sus persecuciones. Váyase usted de Río y déjeme en paz.
Ya no le cortaría la respiración el miedo de que apareciese el funesto cobrador de la tienda cuando Bringas estaba en la casa. Recobró el apetito que había perdido, y sus nervios se tranquilizaron. Es que, la verdad, hallábase por aquellos días bajo la acción de un trastorno espasmódico que simulaba una desazón grave, y le costó trabajo impedir que su marido llamara al médico de Familia.
Creyó, como nunca, con más vehemencia que nunca, que aquel hombre y su Cristo muerto se parecían. Imaginó, o vio en efecto, que el Padre, inmóvil, sentía y comprendía allá en su interior, y que la miraba haciendo un esfuerzo para dominar aún, con el brío de la voluntad, los nervios y músculos inertes que ya no le obedecían.
El cura se había acercado efectivamente á una alacena, riendo mientras la abría. Dispense usted, señor cura; no puedo tomar nada en este momento. Nada, nada... aquí no hay dispensas que valgan... Ustedes los jóvenes necesitan nutrirse para tener un poco sosegados esos nervios... ¡esos nervios!... Señor cura, por Dios me dispense, me es imposible...
Don Fermín hubiera deseado a su madre a cien leguas. No podía ocultar la impaciencia, a pesar del dominio sobre sí mismo, que era una de sus mayores fuerzas; ansiaba poder leer la carta, y temía ruborizarse delante de su madre. «¿Ruborizarse?» sí, sin motivo, sin saber por qué; pero estaba seguro de que, si abría aquel sobre delante de doña Paula, se pondría como una cereza. Cosas de los nervios.
Subí el primer tramo maquinalmente; pero al llegar allí me acordé de mis nervios, no podia suponer que en Francia hubiese dos pisos principales, uno abajo y otro arriba, y creí llegada la ocasion de preguntar de nuevo: ¿Dónde va usted, señora? Es aquí, es aquí. Perdone usted; el caballero que nos recomienda nos dijo que su ama de usted vivia en un piso principal.
Clavó los ojos en la puerta con espanto, como si por ella fuese a entrar un aparecido: sus nervios se pusieron en tensión bajo una misteriosa influencia magnética. Un minuto después alzose la cortina y apareció la esbelta figura del P. Gil. Todos los ojos se volvieron hacia él con expresión de curiosidad.
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