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Actualizado: 30 de abril de 2025


Mas la viuda de Ti-Chin-Fú, las mimosas señoras de su descendencia, los nietos pequeñitos... ¿los dejaría bárbaramente morir de hambre y frío en las negras viviendas de Tien-Hó? No. Esos no eran culpables de las pedradas que me tiró el populacho.

Al derredor de esos sencillos cuadros de verdura se levantan en completa circunferencia estupendas moles de granito del aspecto y la tinta mas singulares; todas abruptas, ásperas; con arrugas y grietas enormes, unas cenicientas y opacas, otras del color del estaño con un brillo triste, otras negras ó pardas, presentando los mas curiosos juegos de luz y sombra, según la inclinación del sol; y ya redondeadas en las cimas, ya en picachos extravagantes, en agujas ó conos truncados, ó en filas circulares y dentelladas que remedan estupendas coronas de hierro.

Las vírgenes negras de España, inexplicables para la devoción peninsular, se reprodujeron en América, con gran entusiasmo de la gente de color. Y todo este pasado vive ennoblecido e indiscutible bajo una pátina de siglos que lo hace cada vez más venerable. Créame, Maltrana. Al llegar allá, enfunde su burla y procure no hablar de religión, si es que busca apoyo en las damas.

Con esto no se hace mal a nadie... Vamos a almorzar. El buque había salido de la bahía. Deslizábase entre islotes de tupida vegetación y escollos que emergían sus negras cabezas con greñas verdes. Las montañas de forma humana parecían alejarse tierra adentro.

Esta mujer no sabe que yo me dejo besar... y beso... como quien da limosna a la muerte; a la muerte enferma, loca; que doy besos que son como mordiscos con que quiero detener al tiempo que corre, que corre, pasándome por la boca.... , , Serafina; en esas horas tengo lástima de mi mujer, de quien soy esclavo; sus caricias disparatadas, que son reflejos de otras mías que yo aprendí de tus primeros arranques de amor frenético y desvergonzado; sus caricias, que son en ella inocentes, para crímenes, se me contagian y me llevan consigo al aquelarre tenebroso, donde entre sueños y ayes de amor que acaban por suspiros de vejez, por chirridos del cuerpo que se desmorona, vivo de no qué negras locuras sabrosas y sofocantes, llenas de pavor y de atractivo.

Apostóse el joven Otra vez detrás de la esquina de la calle de las Negras, y les vió entrar en la propia casa. Al poco rato entró otra persona, después tres, después dos; en fin, los mismos de la noche anterior.

¿Por qué, señor? repuso ella envolviéndole en una verdadera irradiación de sus inmensos ojos verdes, circundados de largas y crespas pestañas negras.

Y a too esto, don Fernando, unas monas sabias, tan feas y negras como su primo aquí presente; unas desgalichás, a las que he visto de pequeñas en los cortijos robando garbanzos y otras semillas; unas ratas vivarachas, sin más que el aquel gitano y unas desvergüenzas que ponen coloraos a los hombres. ¿Y eso es lo que les gusta a aquellos señorones? ¡Vamos, hombre, que hay para reír!...

Como si un soplo hubiera animado el barro y formado con él cuerpos de mujeres, brotaron del suelo en un instante centenares de negras, mulatas, cuarteronas lívidas, descalzas en su mayor parte, ebrias, inmundas, que a su vez, atraídas por la fascinación del juego, se agolpaban alrededor de las mesas, rechinaban los dientes cuando perdían y saltaban a los marineros tambaleantes, pidiéndoles, en un idioma que no era inglés ni francés, ni español, ni nada conocido, una de esas monedas de a real que los americanos llaman a dime.

De esta suerte quedaron ambos al separarse, lleno de confusión el pensamiento: Ruiloz porque aquella prueba había de revelarle el temple y la índole de la mujer querida, y Julia porque a solas con su conciencia imaginaba ser juez en causa propia. ¡Qué noche tan larga... y qué ideas tan negras!

Palabra del Dia

commiserit

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