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Actualizado: 30 de abril de 2025


Sin embargo, la gruta se ramifica hasta el infinito en las profundidades del monte. A derecha é izquierda se abren, como bocas de monstruo, las negras avenidas de las galerías laterales.

No será de más decir que ambos vestían de seglar por las noches, con sendas levitas negras de largo faldón y manga apretada, botas de campana y enormes sombreros de felpa. Un buen cuarto de hora invirtieron antes de llegar a las cercanías del café. Una vez allí, ofuscados por las luces como cándidas mariposas, quisieron caer, y retrocedieron. Lo mejor será esperarle hacia su casa.

Está transfigurado; el oro del sol se refleja en sus negras pupilas, y una palidez de ámbar cubre sus mejillas; una felicidad sobrehumana resplandece en aquel rostro, cuyos labios son impotentes para pronunciar palabras. ¡Es, pues, cierto!... repite, ¡yo! ¡yo!

La mayor partes de los edificios eran de numerosos pisos, y algunos palacios tenían sus azoteas altas al nivel de su cabeza. Las casas, de nítida blancura, estaban cortadas por fajas rojas y negras, y muchos de sus muros aparecían ornados con frescos, gigantescos para los ojos de sus habitantes, que representaban sucesos históricos ó alegres danzas.

Cuando Lavalle se acercó a Buenos Aires, el Fuerte y Santos Lugares estaban llenos, a falta de soldados, de negras entusiastas vestidas de hombre para engrosar las fuerzas. La adhesión de los negros dió al poder de Rosas una base indestructible.

Quizá fatigadas de charlar y enervadas por el calorcillo agradable que templa la atmósfera del gabinete, se hayan entregado al sueño ó á la meditación. La claridad las baña á veces vivamente: otras las deja sólo medio esclarecidas. Detrás de las butacas empieza ya la sombra; una sombra indecisa. En ella flotan como masas negras los muebles de la cámara.

Sus preocupaciones de europeo le hicieron sentir extrañeza al ver junto a los negros mal pergeñados y las negras hinchadas, de jeta monstruosa, con un pañuelo arrollado sobre la cabeza crespa, otros de la misma raza vestidos elegantemente, moviendo con petulancia su bastón y con una flor en la solapa.

Hasta en lo más bajo de nuestra tierra de corrupción brilla algo de la luz divina, como tal vez, en medio de las tempestades, un rayo de sol rasga las negras nubes y se quiebra y riela en las ondas fugaces del mar alborotado.

Púsose un riquísimo vestido de terciopelo azul muy oscuro, guarnecido de piel de chinchilla, con sombrero y abrigo de lo mismo; dos perlas negras en las orejas y un trébol en el pecho, formado por otras tres perlas, blanca la una, negra la otra y rosa la tercera.

Y según iba cantando eran menos negras las sombras, y corría la sangre más caliente en las venas del emperador, y revivían sus carnes moribundas. La Muerte misma escuchaba, y le dijo: «¡Sigue, ruiseñor, sigue!» Y por un canto, le dio la Muerte la corona de oro: y por otro, la espada de mando: y por otro canto más, le dio la hermosa bandera.

Palabra del Dia

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