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La guía del navegante, la meteorología descentralizada, parecía vana, y acabó por ser negada. El ilustre M. Biot pidióla estrecha cuenta de lo poco que hasta entonces había adelantado. No obstante, en ambas playas, europea y americana, hombres perseverantes fundaban esa negada ciencia sobre la base de la observación.

El era quien le había dado en la pila bautismal su nombre, que tanta admiración y risa despertaba en los compañeros de colegio; él quien le había contado muchas veces las aventuras del navegante rey de Itaca con la paciencia de un abuelo que relata á su nieto la vida del santo onomástico.

A solas con Florentina, y cuando esta le prodigaba a prima noche las atenciones y cuidados que exige un enfermo, Pablo le decía: Prima mía, mi padre me ha leído aquel pasaje de nuestra historia, cuando un hombre llamado Cristóbal Colón descubrió el Mundo Nuevo, jamás visto por hombre alguno de Europa. Aquel navegante abrió los ojos del mundo conocido para que viera otro más hermoso.

¡El último viaje!... Tòni admiró su barco como si lo viese bajo una nueva luz, descubriéndole bellezas nunca sospechadas, lamentando como un enamorado la rapidez con que transcurrían los días y se aproximaba el momento doloroso de la separación. Nunca había sido el piloto tan activo en su vigilancia. Sus supersticiones de navegante le infundían cierto pavor.

Pero los pobres sabios de Salamanca, lo mismo que Colón, ignoraban la existencia de América, y América, cansada de vivir en el misterio, salió al paso del navegante, el cual murió ignorándola.

Ciertas comarcas polares descubiertas y anotadas por el navegante, han desaparecido al pasar otra vez éste por el mismo sitio. Por otro lado fórmanse y se levantan innumerables islas, bancos inmensos de madréporas y corales, turbando la geografía. La profundidad de los mares es más desconocida aún que su extensión. Apenas han sido hechos los primeros sondajes, pocos en número é inciertos.

De pronto, el frío de la habitación mordía en sus carnes, despertándola de este ensueño tropical. De un último salto iba á refugiarse en los brazos de él. ¡Oh, mi argonauta amado!... ¡Tiburón mío! Se apelotonaba contra el pecho del navegante, acariciándole las barbas, empujándolo para incrustarse en el diván, que resultaba estrecho para los dos.

Buscando un pasaje que condujera al océano Pacífico, el navegante español, Juan de Solís, descubrió el río de la Plata en 1516. Sebastián Cabot lo remontó en 1552 y le dió el nombre que todavía conserva. Esta comarca fué colonizada por exploradores del Perú y de Chile.

Y el navegante, seguido de una tripulación tan numerosa como irreal, saltaba á tierra tizona en mano, escalando unas montañas de libros, que eran los Andes, y agujereaba varios volúmenes con el regatón de una lanza vieja para plantar su estandarte. ¿Por qué no había de ser conquistador?...

Y aquí termina el verdadero caso del buque, lo que puede llamarse el vaso navegante, la construcción igual y uniforme de una punta a otra, sin desigualdades en la cubierta. Quedó perplejo Isidro, como si le ocurriese un pensamiento nuevo.