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Actualizado: 14 de julio de 2025
«Para que los niños de pecho espelan por el conducto natural lo que han mamado en el vientre, se cogen yerbas de Corocanding y después de machacarlas con la mano se aplican al vientre, y verá en breve el efecto también para este fin es bueno las de la Tarotarayo ó Sorosoró machacandolas en el agua que se le ha de dar de bañar al chiquillo.
A la vista salta que la naturaleza y la realidad no son en el sistema de Zola y sus discípulos más que un par de testaferros, tras de los cuales se oculta un romanticismo enfermizo, caduco y de mala ley, donde, por sibaritismo de estilo, se rehuye la expresión natural, que suele ser noble, y se persigue con pésima delectación y artificio visible la expresión más violenta y torcida, por imaginar los autores que tiene más color. ¡Y cuánto suelen engañarse!
Pero, a cabo de dos días que caminábamos, al entrar de una posada, en un lugar una jornada de aquí, le vi a la puerta del mesón, puesto en hábito de mozo de mulas, tan al natural que si yo no le trujera tan retratado en mi alma fuera imposible conocelle.
Si no, ¿me casaría? Ya casada, vencido el natural encogimiento que debo guardar, le demostraré mi ternura, y le haré ver que hay un tesoro de ella en mi alma, aunque escondido entre burlas y alegrías; y cuando vea el tesoro, y le goce, y conozca que es suyo, y mejor que cuanto podía él soñar, ha de conocer que no es mi corazón de corcho sino de almíbar y jalea, y se ha de poner como jalea y como almíbar, y ha de bailar y reír de gusto, declarando y confesando que se compaginan bien los regocijos con el verdadero amor, y las risas con la ventura más seria y más grave en el fondo.
Por otra parte, la oposición tan natural de D.ª Carmen lastimaba su orgullo. No faltaban comadres que llegaban presurosas á trasmitirle las palabras amargas que la viuda de Uceda pronunciaba refiriéndose á ella. Y en vez de comprender y perdonar estos desahogos de una madre, se enfurecía con ellos, los devolvía con creces y hacía recaer su cólera sobre el pobre Manolo, que ninguna culpa tenía.
¡Mira! gritó mi amigo señalando un lugar que había hacia el fondo del peñasco, a mitad de camino del profundo río, después que daba la abrupta vuelta, allí hay unos escalones y una senda estrecha que conduce más abajo. ¿Y qué es aquello? Miré y vi, sobre una especie de plataforma natural hecha en la roca, una pequeña choza de piedra, cuyo obscuro techo de teja contemplábamos desde la altura.
Y aquel infame Belarmino, sabía Dios merced a qué socaliñas y malas artes, le hurtaba, sin dejar una migaja siquiera, el aplauso y atención que a él en justicia se le debían, puesto que Belarmino era insensato charlatán y prevaricador de la lezna y el cerote, en tanto él, Apolonio, por don natural, componía los más primorosos artificios, así zapateriles como poéticos. «No hay justicia, ni sentido, ni plan en el mundo» pensaba Apolonio . «Bien lo presumía yo, aunque todavía inexperto, cuando escribí mi Cerco de Orduña o Señor de Oña.»
Los primeros planes que ideé se resintieron, como es natural, del estado de exaltación en que me encontraba yo; así, no se me ocurrieron más que feroces combinaciones y proyectos tan locos como salvajes, mientras pasaba revista en mi memoria a todas las catástrofes amorosas ocurridas en el mundo desde Otelo hasta Ansony.
Pepita, aunque en nada habíamos convenido, pensó sin duda como yo que importaba el sigilo para sorprender luego cabalgando bien, y nada dijo de nuestra conversación. De aquí provino, natural y sencillamente, que existiera un secreto entre ambos; lo cual produjo en mi ánimo extraño efecto. Nada más ocurrió aquel día que merezca contarse. Por la tarde volvimos al lugar, como habíamos venido.
Isabel Aguiló, mujer de Pedro Juan Aguiló, de Pedro Juan, negociante; natural y vecina de esta Ciudad, de edad de veinte y ocho años; reconciliada y presa segunda vez por judaizante, relapsa; leída su sentencia con méritos, fue relajada al brazo seglar con confiscación de bienes, por hereje, apóstata, judaizante, relapsa, convicta, impenitente negativa.
Palabra del Dia
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