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Actualizado: 27 de junio de 2025


El espantoso torrente de generación que allí se produce, el diluvio del arenque, los miles y millones de huevos del abadejo, tantas y tan horrendas máquinas de multiplicación que, decuplicando, centuplicando, llenarían los océanos, ahogarían la Naturaleza, encuentran una barrera en el rápido devoramiento de la máquina de muerte, el nadador armado, el pez. Bello espectáculo, grande, conmovedor.

Estaba próximo á los sesenta años, y la vida ruda del campo, las cabalgadas bajo la lluvia, los ríos vadeados sobre el caballo nadador, las noches pasadas al raso, le habían proporcionado un reuma que amargaba sus mejores días. Pero la familia acabó por comunicarle su entusiasmo. «¡A París!...» Creía tener veinte años.

La barca sale en salvo, y descargando La ropa y aderentes de la guerra, En busca de las balsas torna á prisa, A donde todos andan sin camisa. El que es buen nadador, aunque con miedo, Al agua desnudandose se arroja: Quien no sabe nadar estáse quedo, Y en la balsa metido bien se moja.

Esos monstruos, caso que hayan existido, habrían puesto en peligro á la Naturaleza misma, chupándose el globo. A Dios gracias, los pulpos de nuestros días no son tan temibles. Sus elegantes especies, tales como el argonauta, gracioso nadador en su ondulada concha, el calamar, buen navegante, la linda sepia de ojos de azur, se pasean por el Océano y sólo atacan á los seres más pequeños.

No, no es posible; Jaramillo tiene un talismán; Jaramillo no puede morir.... Instintivamente fué hacia el lugar donde el nadador había dejado sus ropas. Una sonrisa de certidumbre, de confianza recobrada, dilató su rostro. ¡Bien decía yo!... Sobre las ropas estaba la bolsita, el irresistible payé.

Hay otros que cazan el mismo animal con un palo corto, y puntiagudo en ámbas estremidades, en medio del cual está amarrado el lazo: armados este modo salen al encuentro del caiman, que abre su horrenda boca para tragar el brazo del nadador, quien aprovechando de este movimiento introduce perpendicularmente su palo, quedando este clavado en las quijadas que cierra vorazmente el animal.

Y cuando la pieza blanca caía en el abismo, el nadador iba a su alcance con la cabeza baja y las manos juntas en forma de proa, dejando la piragua balanceante detrás de sus pies con el impulso del salto. El cuerpo bronceado tomaba una claridad de marfil en el cristal verde de las aguas removidas.

Sin duda buscaba algo. Su flexible cuerpecillo se escurría y deslizaba en silencio de hueco en hueco, hasta que al fin, apoyado en un cofre, dio una voltereta agitando las patitas en el aire, y se sumergió como el nadador en persecución de la perla.

Minutos nada más, pues su respiración de nadador sólo podía alcanzar este límite... Por eso experimentó asombro al ver los grandes cambios realizados en un paréntesis tan breve. Creyó que ya era de noche. Tal vez en las capas superiores de la atmósfera brillaban aún las últimas luces del sol, pero á ras del agua no había mas que una claridad crepuscular, un débil resplandor de bodega.

Y despojándose de sus ropas, se arrojaba al mar. Ulises le veía descender por el centro del anillo de espumas abierto con su cuerpo. Ahora se daba cuenta de la profundidad de este mundo fantástico, compuesto de rocas vidriosas, plantas-animales y animales-piedras. El cuerpo moreno del nadador tomaba, al descender, las transparencias de la porcelana.

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