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Actualizado: 15 de junio de 2025


Reinaba un gran silencio. El galán no apartaba los ojos de la rugosa muralla, a cuyo pie la roca granítica, rebajada por manos inmemoriales, remeda el embate de un mar.

Mucho lamento no haber podido escribir en él nuestras visitas á Toledo y á Ávila tan extensamente como algunas otras de mis expediciones artísticas ó poéticas; pero suplirás con tu buena memoria lo que yo omita al hacer mención de aquéllas, y volverás á reirte homéricamente al recordar al Tío Tereso de Toledo y al cicerone que sólo tenía empeño en que viéramos la campana gorda de la Catedral, ó bien cuando te representes en la imaginación aquella mañana deleitosísima en que, con tu hermano Paco, salimos á esperar á los arrieros que llevan de El Barco de Ávila á la estación de Ávila la rica uva que tanto se estima en Madrid, y nos comimos no cuántas libras por cabeza, al otro lado de la ciudad, recostados en una romancesca muralla de color de naranja marchita, dando cara á un paisaje verde y pedregoso, más activos y descuidados que á la presente, y con mucho, muchísimo menos luto en el alma.....

Tellagorri poseía un huertecillo que no valía nada, según los inteligentes, en el extremo opuesto de su casa, y para ir a él le era indispensable recorrer todo el balcón de la muralla. Muchas veces le propusieron comprarle el huerto, pero él decía que le venía de familia y que los higos de sus higueras eran tan excelentes, que por nada del mundo vendería aquel pedazo de tierra.

Envióles á decir que la firmase uno por él, que daría por bueno todo lo que los Capitanes hiciesen; con todo esto, el Zapata salió de allí y fué dando orden por toda la muralla que todos tomasen sus armas, porque los enemigos estaban de manera de querer dar el asalto.

El alma del viajero quedó negra como la noche. Atravesó el paseo lentamente, apoyó ambos codos en el pretil de la muralla y contempló con ojos extáticos la inmensidad del mar. La bóveda del cielo alta y tachonada de estrellas se hundía en las tinieblas del horizonte.

Si no me engaña el pensamiento mio, O salen mentirosas las señales, Que haveis visto en Numancia, del estruendo Y lamentable son, y ardientes llamas, Sin duda alguna que recelo y temo Que el barbaro furor del enemigo Contra su propio pecho no se vuelva: Ya no parece gente en la muralla, Ni suenan las usadas centinelas, Todo está en calma y en silencio puesto Como si en paz tranquila y sosegada Estuviesen los fieros Numantinos.

El banco inmenso de hielo, pardo y onduloso, se detiene repentinamente á la vera del valle, formando una alta muralla que parece cortada á pico.

Del callejón se salía al portal de la Antigua; hendidura estrecha y lóbrega de la muralla que bajaba por una rampa en zig-zag al camino real. La casa de Arcale era un caserón de piedra hasta el primer piso, y lo demás de ladrillo, que dejaba ver sus vigas cruzadas y ennegrecidas por la humedad.

Ambos avanzaban impávidos al través de la noche y la lluvia, presagiando la muerte. Siguieron un buen trecho a lo largo de la muralla y al llegar a la carretera de Sarrió tomaron por ella. No habían andado cinco minutos cuando oyeron cerca un gemido. Pararon en firme, y acercándose al pretil distinguieron un bulto; se aproximaron un poco más y vieron sentada una niña.

La ventana no se entreabrió siquiera. A la tarde salió por la Puerta de San Vicente y fue a sentarse frente a la muralla. ¡La figurita diminuta que asomaba de ordinario allí arriba, sobre las almenas, con el rostro vuelto hacia él, no apareció, ni volvería a aparecer nunca más!

Palabra del Dia

rigoleto

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