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Verdad es que yo he escrito algunas veces Siguiendo el arte que conocen pocos; Mas luego que salir por otra parte Veo los monstruos de apariencias llenos, A donde acude el vulgo y las mujeres, Que este triste ejercicio canonizan, A aquel hábito bárbaro me vuelvo; Y cuando he de escribir una comedia, Encierro los preceptos con seis llaves; Saco á Terencio y Plauto de mi estudio Para que no me den voces; que suele Dar gritos la verdad en libros mudos, Y escribo por el arte que inventaron Los que el vulgar aplauso pretendieron; Porque, como las paga el vulgo, es justo Hablarle en necio para darle gusto.

Hijos míos, no hay motivo para permanecer así delante de , mudos y cabizbajos, como quien se juzga culpable y demanda perdón. No; no hay que arrepentirse de amar; no, no se debe ofender a la muerta venerada, cuya tumba vemos desde aquí.

7 La verdad en el engaño, de D. Juan Vélez, D. Jerónimo Cáncer y D. Antonio Martínez. 8 También da Amor libertad, de D. Antonio Martínez. 9 Amor hace hablar los mudos, de Villaviciosa, Matos y Zavaleta. 10 La ofensa y la venganza en el retrato, de D. Juan Antonio Moxica. 11 No hay cosa como el callar, de D. Pedro Calderón.

Dos perros enormes, hirsutos, fieros, puestos de patas en la borda lo mismo que personas, saludaban igualmente con ladridos contorsionantes que convertía la distancia en gestos mudos. Fue quedándose atrás el buque de vela. Se mantuvo un instante paralelo a la proa; luego, para seguirle, tuvo el gentío que correrse por las cubiertas.

Su ciencia era su fe religiosa, y ni para rezar necesitaba breviarios ni florilogios, pues todas las oraciones las sabía de memoria. Lo impreso era para él música, garabatos que no sirven de nada. Uno de los hombres que menos admiraba Plácido era Guttenberg. Pero el aburrimiento de su enfermedad le hizo desear la compañía de alguno de estos habladores mudos que llamamos libros.

Unos mudos los viniéron á servir, y les traxéron de comer. Bien se puede presumir si seria el mudo de la reyna el que sirvió á Zadig. Dexáronlos dormir solos hasta el otro dia por la mañana, que era quando habia de llevar el vencedor su mote al sumo mago, para cotejarle y darse á conocer.

A los de más edad, y casi ciegos por los años, se les mandaba que entrasen en el bosque a inquirir y ver las circunstancias de aquella presunta catástrofe; a los cojos se les daba prisa para que fuesen a llamar los guardias, y a los mudos se les conminaba para que fuesen a relatar al Sultán los pormenores de tamaña desventura. Todo era desorden, todo confusión.

Ojeda creyó adivinar en la faz triste de Mina un sinnúmero de miserias inconfesables. Se imaginaba la vuelta del teatro de estos dos seres que ya no podía entenderse: ella resignada, con mudos gestos de desesperación; él embrutecido por la amargura del fracaso.

En efecto, apenas habían dado algunos pasos las vieron a lo lejos en medio del campo. Sus elegantes siluetas se destacaban del fondo claro del cielo con líneas bien recortadas. Ambas se llevaban con frecuencia el pañuelo a los ojos. Juntáronse los hombres a ellas, y sin decirse una palabra volvieran lentamente en busca del coche. Marchaban mudos y cabizbajos.

A cada momento tengo nuevos motivos de alegría y admiración, y a cada instante también quisiera haceros partícipe de ellos; os busco, os llamo, pero los ecos de este hermoso parque permanecen mudos. «Os quiero con toda el alma, señor cura. Reina».