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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Durante la comida, todos charlaban por los codos, excepto Pacorrito, que por ser muy corto de genio no desplegaba sus labios. La presencia de aquellos personajes de uniforme y entorchados le tenían perplejo, y se asombraba mucho de ver tan charlatanes y retozones á los que en el escaparate estaban tiesos y mudos cual si fuesen de barro. Principalmente el llamado Bismarck no paraba.

Los que asistían a aquel espectáculo, sin ser actores de él, estaban mudos de estupor, con el alma y la vida en suspenso, cual si aguardaran el resultado de la porfía para dejar de existir o seguir existiendo. No obstante, ¿creerán mis lectores que algo ocupaba mi espíritu más de lleno que la última peripecia?

»Al cabo de siete años de ausencia, nos volvíamos a encontrar reunidos en el castillo donde habíamos pasado nuestra juventud; en aquellos parajes, mudos testigos de nuestros placeres y de nuestra amistad, de nuestro juramento y de nuestros sueños: juramento que habíamos sostenido, sueños que se habían realizado de un modo que tenía algo de milagroso.

ESCIPIÓN. ¿Es posible? MARCIO. ¡Palabra de honor! Toda paciencia es poca para aguantar a estos imbéciles. Parecen mudos. ESCIPIÓN. Os compadezco de todo corazón. UNA VOZ. ¡Proserpinita mía! ¿Dónde estás?

Como testimonios mudos pero elocuentes de este fondo poético que algunos pretenden negar, suelen verse bajo los frescos emparrados, donde la luz se cierne mansa y dormida, o sobre el fino tapiz de la yerba, entre setos de boj y cinamomo, algunas cabezas de sardina y no pocos residuos de huevos cocidos. El Sr.

Estoy lejos de ella, muy lejos; hace mucho tiempo que no la veo, y necesito oir su nombre, ¡necesito que alguno sepa que la amo, que la adoro!...» Pero llegaba el momento deseado, y mis labios permanecían mudos, y el corazón quería salírseme del pecho.

Julio se incorporó y la miró con sonrisa extasiada; y como si hubiese entendido sus mudos y apasionados deseos, le tomó la cabeza en una caricia, y se puso a murmurarle palabras ligeras, humildes, que llegaron como una adoración a sus oídos. Después la besó en los ojos y en los labios. Adriana se oprimió contra él, con un deseo dulce de morir.

Y mientras cuantos contemplaban el grandioso espectáculo se miraban unos a otros deslumbrados y mudos de espanto, resonó una formidable carcajada de Marcos Divès, que se mezcló al zumbido que vibraba en los oídos de aquéllos.

Pocas palabras siguieron a esta atrevida expedición por el interior de un mundo microscópico, empresa no menos colosal que la medida de las distancias de los astros en las infinitas magnitudes del espacio. Mudos y espantados estaban los individuos de la familia que el caso presenciaban. Cuando se espera la resurrección de un muerto o la creación de un mundo no se está de otro modo.

Mis hijos, ¿dónde están? murmuró Bringas. Junto a la puerta estaban Isabelita y Alfonsín, aterrados, mudos, sin atreverse a dar un paso: el pequeño con el pan de la merienda en la mano, masticándolo lentamente; la niña seria, con las manos a la espalda, mirando el triste grupo de sus padres consternados. Rosalía les mandó acercarse.

Palabra del Dia

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