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Así pasó mucho tiempo: con el sombrero caído a sus pies y la cabeza apoyada en una mano, dejando que las lágrimas resbalasen a lo largo de su antebrazo. Los últimos transeúntes que pasaron fueron unas buenas mozas con la cesta al brazo, moviendo al andar bizarramente sus fuertes caderas. Debían ser cigarreras que volvían de la fábrica.

Reunidos en una estancia mozos y mozas á la luz de un candil pasaban la velada alegremente bromeando, cantando, requebrándose mientras poco á poco las doradas espigas salían de su envoltura y se enristraban para adornar después los corredores y los hórreos. Pero Entralgo era celebrado en todo el país por sus bellas, frondosas pomaradas.

La gaita acentuaba sus notas agudas, chillonas, que hacían vibrar el aire a larga distancia, acompañada fiel y sordamente por el tambor. Las mozas exaltadas, sudorosas, con las mejillas encendidas y los cabellos revueltos, no cantaban ya, gritaban dando vueltas a la giraldilla, despidiéndose con rabia de aquel goce, que sólo de tarde en tarde se les ofrecía.

Así fué que al desembarcar de la galera en la playa de Boyne besé la tierra, porque hacía ya ocho años que no la veía, como os he besado á vos, bella ventera, porque de Boyne aquí apenas si he visto media docena de buenas mozas, y ninguna tan apetitosa como vos.... Pero ¡por mi espada! que esos bribones se han largado con la carga, exclamó lanzándose hacia la puerta. ¡Hola! ¿estáis ahí? ¡Entrad luego, truhanes!

Sin esta máscara no podré continuar. Algunos rostros de tejedoras, de fruteras, de simples mozas de cántaro, desfilaron por su mente. El sol se había puesto. Las calles estaban desiertas.

Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no respondían palabra; sólo le preguntaron si quería comer alguna cosa. -Cualquiera yantaría yo -respondió don Quijote-, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso.

Si la caprichosa albúmina fabrica un ataúd, la muerte está cerca. El santo ha perdido mucho tiempo la noche anterior recorriendo á la calladita las casas para dejar juguetes en los zapatos de los chicos; después ha puesto ramos en las ventanas de las mozas; y como éstas son tantas y no es prudente desenojar á ninguna de ellas, el primo de Jesús llega un poco tarde á la iglesia.

Rodeábanla las mozas con sus panderos. Delante marchaba el capitán, portador del gran farol tradicional. Su uniforme resplandeciente causaba el asombro de aquellos campesinos, particularmente de los niños que se amontonaban en torno suyo devorándole con los ojos. Todos los años gozaban del mismo espectáculo y cada año les parecía más nuevo y sorprendente.

Buscábanle dueñas, solicitábanle doncellas que habían necesidad de casarse; servíanse de él, como de secretario, mozas a las cuales les estorbaba para escribir lo negro de los ojos, y él era, finalmente, el consuelo de las hermosas, la alegría de los galanes, el consejo de los pícaros, y el sirve para todo.

Dejéles la parte de las mozas y tomé el estribo de madre y tía. Eran las vejezuelas alegres, la una de cincuenta y la otra punto menos. Díjeles mil ternezas y oíanme, que no hay mujer, por vieja que sea, que tenga tantos años como presunción. Prometílas regalos y preguntélas del estado de aquellas señoras, y respondieron que doncellas, y se les echaba de ver en la plática.