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De lo dicho se sigue que los padres de la Compañia no tienen buena ni recta intencion con ningun príncipe eclesiástico, ni secular; pero sírvenles tanto, cuanto conviene á sus intereses; antes se sigue que ningun príncipe y mucho menos señores particulares se pueden fiar de ellos, porque mostrándose estos padres en un mismo tiempo afectos igualmente á todos, haciéndose españoles con los españoles, franceses con los franceses, y lo mismo con las demás naciones, cuando lo pide la ocasion parece que solo cuidan y miran á su propio interés, sin reparar en perjudicar á este mas que al otro; por lo que las empresas y negocios en que estos padres se han entremetido, raras veces han tenido buen fin, por no tener ellos ánimo de servir ni ayudar mas de aquello que les dicta su propio interés, en que tienen grandisimo artificio, fingiéndose algunos parcialisimos de la corona de España, otros de Francia, otros del emperador, y lo mismo de otros príncipes de quien desean ser favorecidos y ayudados.

La gratitud de Obdulia no tenía límites, pero el Magistral creyó necesario buscárselos mostrándose frío, seco y dándola a entender que «no lo había hecho por ella». La viuda, sin embargo, insistió en sostener que le debía la vida. ¡Indudablemente! corroboraba doña Petronila, que no sospechaba cómo quería pagar Obdulia aquella vida que decía deber al Magistral.

En el rato que estuvieron solos, antes de que entrara Papitos con el servicio y la sopa, Maxi endilgó a su mujer algunas frases enteramente ceñidas al endiablado asunto que constituía su demencia. Fortunata le apoyó en todo, mostrándose muy penetrada de la urgencia de establecer, como realidad social, el principio de solidaridad de la sustancia divina.

A pesar de que en Villa-Sirena cada uno se preocupaba de sus propios asuntos, mostrándose distraído en sus relaciones con los otros huéspedes, el mal humor de Atilio iba haciendo penosa la vida común. Toledo presentía el motivo de esta conducta. Doña Clorinda le trataba mal indudablemente, y él, á su vez, se vengaba de sus humillaciones y disgustos mostrándose áspero ó irónico con los amigos.

Necesitaba que las personas le gustasen ó le disgustasen para fijarse en ellas, y con gran dificultad acertaba la gente á gustarle, y mucho menos á disgustarle. Así es que, mostrándose muy urbano con todos, apenas reparó en ninguno. Al toque de oraciones sirvieron el refresco.

Púsose entonces a canturriar, mirando hacia arriba, y mostrándose, al parecer, más dispuesta a rendir su mejilla y su boca allí mismo, que aquel loco espiritillo que palpitaba en su cabeza cual una guija de cascabel. Dicho estado venturoso no duró para Ramiro.

Su carácter sufrió un cambio radical: mostrándose afectuoso con su madre y con Benina, resignábase a no tener más dinero que el poquísimo que le daban, y hasta en su lenguaje se conocía el trato de personas más honradas y decentes que las de antaño. Esto fue parte a que Doña Paca le concediera el consentimiento, sin conocer a la novia ni mostrar ganas de conocerla.

Pensaba llevarlo a la consulta al día siguiente, y así se lo dijo, mostrándose el ciego conforme en todo con lo que la voluntad de ella quisiese determinar. Mientras comían, le entretuvo y alentó con esperanzas y palabras dulces, ofreciéndole ir, como él deseaba, a Jerusalén o un poquito más allá, en cuanto recobrara la salud. Mientras no se le quitara el sarpullo, no había que pensar en viajes.

Prefiero a los míos; y desde que que el tal señor desea hablarme del negocio, tengo más ganas de pedir al doctor Zurita que me su consejo. Lo verá usted, doña Zobeida. Yo me encargo de la prestación. Sonrió la vieja dama con una alegría infantil, mostrándose aún más locuaz y comunicativa. El negocio hubiese llegado a término hace tiempo si mi finado tío viviese.

El erúdito Luis Lopez en su obra titulada, Trofeos y antigüedades de Zaragoza, página 345 dice: que habiendose alzado el capitan Abdila con la corona de Zaragoza por la ausencia de Aben-Lope, que fué á establecerse en Toledo, los historiadores no hacen mencion de otro hasta el año 864, en que hablan de Abenalfage que segun refieren, entrando en Zaragoza se tituló rey, mostrandose magnánimo y generoso, perpetuando su memoria en edificios públicos, y que Blancas en sus comentarios le atribuye el de la ALJAFERÍA que fué palacio de los reyes moros.