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Actualizado: 13 de junio de 2025


Yo voy a hacerle un rato de sociedad con más frecuencia que antes. El Chispas vive con él, y no se las campanean mal. Hacen cada cachuela que Dios se chupa los dedos. Pero el pobre Mosco está triste, le falta algo; no quiere que le nombren a la chica, y menos a ti.

Coleta lo sabía de buena tinta: el administrador de El Pardo se desesperaba por no haber podido atrapar al Mosco, y los guardas, apenas cerraba la noche, preguntábanse por qué lado del inmenso bosque trabajaría aquel bandido.

Y obediente por necesidad, entregado por completo a sus burdos amigotes, tuvo que descender por la parte opuesta, ayudándole el Chispas, que le había precedido y le sostenía por las piernas. El señor Manolo, más ágil, saltó la tapia sin grandes esfuerzos, y un instante después se unió a ellos el Mosco. Ya estaban en la ratonera.

Los almuerzos de Maltrana en casa del Mosco eran suculentos. El pagaba el pan y el vino, trayéndolo de una taberna cercana, mientras el famoso dañador ponía sobre la mesa un guiso de gazapos o alguna liebre cazada la noche antes. ¡A la salud de la real familia! exclamaba Isidro irónicamente . ¡Viva el monarca que mantiene a sus súbditos!...

Los gazapos reales dormíanse en sus madrigueras, resignados de antemano a que les despertase la sangrienta dentellada del hurón; los corzos, al beber en los arroyos a la luz de las estrellas, se mugían a la oreja: «Mucho ojo, hermanos; el Mosco debe de andar cerca...» Un perro suyo, apodado Puesto en ama, había sido tan famoso por lo temible, que, al matarlo los guardas en un encuentro, lo llevaron en triunfo a la administración de El Pardo, y allí le guardaban empajado y con ojos de vidrio, como una curiosidad del real sitio.

Los dañadores reían de su poco peso. Quedó un instante a horcajadas en lo alto de la pared, aturdido por la ascensión, doliéndole el cuerpo por el roce contra los ladrillos salientes. El Mosco le saludaba desde abajo con una gracia que ponía los pelos de punta. ¡Qué buen blanco, gachó! ¡Qué escopetazo se pierden los guardas! Isidro no tuvo fuerzas para protestar. ¡Vaya unas bromitas oportunas!

De frente, por encima del oleaje de sombras, como débiles resplandores apenas perceptibles, señalaba otros pueblos: Aravaca y Pozuelo de Alcorcón; y lejos, muy lejos, donde sólo podían alcanzar sus ojos de búho, las luces de El Escorial. Al descender de la altura, encontraron un ancho riachuelo. El Mosco se agachó para tomar sobre sus espaldas a Maltrana, sin hacer caso de su resistencia.

La embriaguez de la sangre había enardecido a la bicha. El cazador lanzó un juramento sordo antes de volverla al saco; le había clavado en un dedo sus agudos colmillos. Isidro abandonó de mala gana el lecho de hojarasca, para seguir a la cuadrilla en busca de nuevas bocas. ¿Por qué no se retiraban ya? La operación estaba vista. Pero el Mosco protestó. ¿Retirarme?... ¡Botones!

La cuadrilla desapareció con sus perros, y el Mosco siguió adelante, prometiendo a los camaradas, aún no repuestos del susto, acabar en seguida la expedición, tan pronto como registrase ciertas bocas inmediatas a un arroyo, que eran las más ricas de El Pardo. Detuviéronse en una espesura, oyendo a corta distancia el murmullo del agua invisible saltando entre guijarros.

Le repugnaba el Carnaval madrileño, grosero y monótono, sin otros alicientes que los codazos y pisotones de la multitud, y se decidió a ir en busca de su amigo el Mosco y aprovechar de paso el viajo para hacer a su abuela una visita en su nueva casa, que era la de Zaratustra. La pobre vieja tenía deseos de hablarle, según le había a manifestado Polo la última vez que se vieron ante el fielato.

Palabra del Dia

rigoleto

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