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«Si ésta fuera más lista dijo la señora de Santa Cruz a su nuera , creo que le cazaba». Pero Jacinta era muy incrédula en este particular, y miraba tristemente a la pareja cuando pasaba. Al retirase, Moreno pudo hablarle un instante sin testigos. «Se hará lo que usted desea... Se ha de cumplir todo el programa... todo, hasta en lo que se refiere el nene. Tendrá usted su Morenito».

Yo que tié usté lo suyo mu bien puesto... y crea que yo entiendo de esas cosas. Además, tié talento pa too, y yo soy hombre que respeta la sabiduría... El Morenito, Antonio Díaz, un servior, sería er teniente, toos estos mozos ya se despabilarían con tan güenos directores. ¿Eh? ¿qué le paese? ¿No es un verdaero negosio? Isidro asintió con imperturbable gravedad.

Casi celebraba esta ruina que le había desarraigado de la tierra paterna. ¿Quién podía saber lo que le esperaba al otro lado del Océano?... Abandonando el grupo del Morenito, avanzaron hacia la proa Maltrana y Castillo. Una voz quejumbrosa les hizo detenerse. ¡Don Isidro!... ¡Buenas tardes, don Isidro y la compaña!

Y hasta madre me comprometo a ser si me le dan... le tomo, aunque esté sin cristianar. Yo le bautizaré. Pero no hay que hablar de esto. Me contento con ser madrina del primer Morenito que nazca, y le diré a mi marido que me lleve a Londres para el bautizo... Moreno se levantó. Se sentía muy mal, y las palabras de la Delfina le excitaban extraordinariamente.

Maltrana, desde su sillón de lona, vio acurrucados a la redonda, con la mandíbula entre las manos, a todos los admiradores del Morenito, lo mismo que una tribu de guerreros en Consejo. El malagueño hablaba con la boca torcida, expeliendo las palabras por una de sus comisuras, para hacer sentir al auditorio toda la grandeza de su bondad de maestro.

Todas sus afirmaciones, aun las más insignificantes, las rubricaba con la misma declaración: «Y esto se lo ice a osté su seguro servior Antonio Díaz, natural de Málaga, por otro nombre el señó Antonio el Morenito». Y acompañaba esta firma verbal con una mirada de superioridad y conmiseración que parecía decir: «Al que sostenga lo contrario le rebano e pescuezo».

Adivinó Fernando los pensamientos de estas gentes, muchas de las cuales venían en derechura de la soledad de los campos. «¡Qué grande!... ¡qué grandeMaltrana buscó con sus ojos al señor Antonio el Morenito. De seguro que había olvidado por el momento sus planes originales para hacerse rico. Tal vez sentía un poco de duda, de miedo, y pensaba como los otros: «¡Qué grande!».

Un nuevo personaje se mezcló en esta escena violenta. Era el señor Antonio el Morenito, apiadado de los lamentos de aquellas gentes y furioso de la dureza de los alemanes. ¡Por vía e Dió! Esto es pior que la Inquisisión... Y esto quien lo arregla e un servior, aunque er buque se vaya a pique.