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Actualizado: 16 de julio de 2025


Á me parece que no habrá compromiso en que le cojamos por la palabra añadió el alcalde, dejando entrever ya el fondo receloso que, como opinaba muy bien el personaje, forma el carácter de los aldeanos montañeses.

Como toda la prudencia y la reflexión que podía esperarse de aquellos dos rudos montañeses había que buscarla en Chisco, yo no apartaba mis ojos de él, y no podía menos de admirarme al observar que ni en aquel trance de prueba se alteraba la perfecta regularidad de su continente: su mirada era firme, serena y fría, como de ordinario; su color el mismo de siempre, y no había un músculo ni una señal en todo su cuerpo que delatara en su corazón un latido más de los normales; al revés de Pito Salces, que no cabía en su ropa, no por miedo seguramente, sino por el deleite brutal que para él tenían aquellos lances.

De las primeras no llevaban los dos montañeses más que las escopetonas y unos cuchillos enormes, cuyas empuñaduras, de asta de ciervo, asomaban por encima de los ceñidores de sus cinturas.

Creía en el Cristo de Salta, pero al lado de él seguía venerando á las antiguas divinidades indígenas, como todos los montañeses del país.

Cortada verticalmente por los tres lados que rodea el torrente en su base, sólo era accesible por una sola vertiente, y por aquella parte, el grupo de montañeses que quería hacer de ella atalaya y castillo, no tenía más que proseguir el trabajo emprendido por la naturaleza.

Porque Pereda, el más montañés de todos los montañeses, identificado con la tierra natal, de la cual no se aparta un punto y de cuyo contacto recibe fuerzas, como el Anteo de la fábula, apacentando sin cesar sus ojos con el espectáculo de esta naturaleza dulcemente melancólica, y descubriendo sagazmente cuanto queda de poético en nuestras costumbres rústicas, ha traído a sus libros la Montaña entera, no ya con su aspecto exterior, sino con algo más profundo e íntimo, que no se ve, y, sin embargo, penetra el alma; con eso que el autor y sus paisanos llamamos el sabor de la tierruca, encanto misterioso, producidor de eterna saudade en los numerosos hijos de este pueblo cosmopolita, separados de su patria por largo camino de montes y de mares.

Estos son unos montañeses que viven en el O. de la Isabela de Luzón, al occidente de los Idayas y su nombre lo indica así, porque, en ibanag, Tatalapan y telapan quiere decir el «Oeste». Los Katalanganes son los mismos hombres que los irayas, hablan el idioma que estos y su nombre les viene del rio en cuyas riberas habitan, nombre que, á su vez, es un derivado de Talang, que es una especie de pino que en aquellos parajes crece con abundancia.

El Prado de Valencia, El esposo fingido, El cerco de Rodas, La perseguida Amalthea, La sangre leal de los montañeses de Navarra, Las suertes trocadas y torneo venturoso, del canónigo Tárrega. La gitana melancólica, La suegra humilde, Los amantes de Cartago, de Gaspar de Aguilar. El amor constante, El caballero bobo, de Guillén de Castro. El hijo obediente, de Miguel Beneyto.

Cruenta y terrible fué la lucha, tan larga, tan encarnizada que aun hoy día conserva memoria de ella la tradición y entre los montañeses de la comarca se conoce el teatro de la hecatombe con el nombre de la "Roca de los Ingleses." Mas no cedieron éstos al segundo asalto.

Unas rebotaban con silbidos extraños, y a veces pasaban como bandadas de pichones. No impedía aquello a los montañeses continuar el fuego; pero hubo necesidad de pararlo, porque toda la ladera se hallaba envuelta en un humo azulado que impedía ver.

Palabra del Dia

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