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Actualizado: 28 de junio de 2025


No se le comenzó a tener en tanto como él quería, hasta que corrió por uno y otro concejo montañés la noticia, verdadera, de que en una apuesta con un capataz de las minas le había dejado el alemán al español en la docena y media de huevos fritos, mientras él, Körner, llegaba a tragarse las dos docenas muy holgadamente, y ponía remate a la hazaña engulléndose dos besugos.

9 La prudencia en el castigo, de D. Francisco de Rojas. 10 La sirena de Trinacria, de D. Diego de Córdova y Figueroa. 11 Las lises de Francia, del Dr. Mira de Mescua. 12 El sordo y el montañés, de D. Melchor Fernández de León. 1 Los bandos de Berona, de D. Francisco de Rojas. 2 La sirena del Jordán, San Juan Bautista, de Don Cristóbal de Monroy. 3 Los trabajos de Ulises, de Luis de Belmonte.

Aunque no fiaba mucho de mi memoria ni de mi sensibilidad artística, creía yo que aquel panorama, con ser montañés de pura casta, se diferenciaba mucho de los que yo había visto «abajo» alguna vez: era pariente de ellos, sin duda, pero no en primer grado.

De lo cual se deduce que la honradez, la constancia y laboriosidad de un montañés, son tan grandes como su ambición. Nadie, en buena justicia, podrá quitar á esta noble raza un timbre que tanto la honra. Nuestro Andresillo, pues, vástago legítimo de ella, no bien supo hablar, ya dijo á su madre que él sería indiano.

Y abandonando sin escrúpulo a la Macarena con el egoísmo del dolor, como se olvida una amistad inútil, iba otras veces a la iglesia de San Lorenzo en busca de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, el hombre-dios coronado de espinas, con la cruz a cuestas, imagen del escultor Montañés, sudorosa y lagrimeante, que respira espanto.

Esta recóndita virtud es la primera que todo montañés, aun el más indocto, siente en los libros de Pereda, y por la cual, no sólo los lee y relee, sino que se encariña con la persona del autor, y le considera como de casa. No si éste es el triunfo que más puede contentar la vanidad literaria.

La comitiva recorrió las calles deteniéndose delante de algunas tiendas de montañés y haciéndolas abrir para beber unas cañas. Los novios, que habían regresado juntos en una berlina, dieron esquinazo á su cortejo y se escabulleron bonitamente para casa.

En todo pueblo de montaña, cuéntase en las veladas la terrible crónica de los aludes, y los niños la oyen acurrucándose entre las rodillas maternales. Lo que es el fuego grisú para el minero, es el alud para el montañés. Amenaza su casa, sus trojes, su ganado y también le amenaza á él. ¡Cuántos parientes y amigos suyos duermen ahora bajo la nieve!

Allí estaban los pedagogos y Ricardo Tejeda. Me fué entrar. Todos se adelantaron a saludarme, menos mi amigo, el cual fingió que estaba muy engolfado en la lectura de «El Montañés». Mancebos y maestros de escuela me veían, de pies a cabeza, se miraban unos a otros, y sonrían maliciosamente. No dejaron de dirigirme algunas bromas. Ya es usted charro... me decía uno de los mancebos.

Quedé huérfana, y atenida al miserable salario y a las angustiadas mercedes que a las tales criadas se suele dar en palacio; y, en este tiempo, sin que diese yo ocasión a ello, se enamoró de mi un escudero de casa, hombre ya en días, barbudo y apersonado, y, sobre todo, hidalgo como el rey, porque era montañés.

Palabra del Dia

rigoleto

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