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Actualizado: 28 de junio de 2025
Tenía tranquila la conciencia: había obsequiado a todos los héroes que, secundando su valor, salvaban la ciudad. Ahora a casa del Montañés a acabar la noche. Cuando Fermín se vio en un camarote del colmado ante nuevas botellas, creyó llegado el momento de abordar su asunto. Yo tenía que hablarte de algo importante, Luis. Creo que te lo dije.
El señorito no le acompañaba en semejantes excursiones: harto tenía que hacer con ferias, caza y visitas a gentes de Cebre o del señorío montañés, de suerte que el guía de Julián era Primitivo. Guía pesimista si los hay.
Pues un montañés no necesita saber más que esto para lanzarse á esa tierra feliz; la vida que en la empresa arriesga le parece poco, y otras ciento jugara impávido, si otras ciento tuviera. ¿Hay quien lo duda? Ofrezca un pasaje gratis desde Santander á la Isla de Cuba, ó una garantía de pago al plazo de un año, y verá los aspirantes que á él acuden.
Amontonábanse piedras sobre el cuerpo, y todo viajero tenía la obligación de añadir un canto al creciente montón. Aun hoy, el montañés que pasa al lado de uno de esos antiguos sepulcros, nunca deja de recoger su piedra para colocarla sobre las otras.
Cuando tenían que tocar con el hacha uno de aquellos troncos, lo hacían temblando, y el montañés de los Apeninos decía: «Si eres dios ó diosa, perdóname»; y recitaba devotamente las plegarias propias del caso, pero no se quedaba muy tranquilo después de sus genuflexiones. Al blandir el hacha, veía agitarse las ramas encima de su cabeza.
Estos feroces animales, sentados sobre témpanos de hielo, con el puntiagudo hocico entre las patas y el hambre mordiendo las entrañas, se llamaban unos a otros del Grosmann al Donon, con gemidos semejantes a los del viento. Más de un montañés sentía, al oírlos, que se le helaba la sangre: «Son cantos fúnebres pensaban ; es la Muerte que olfatea la batalla y nos llama.»
Cerróse la noche, y con ella mis imaginaciones, mas no los manantiales y llanto; quédeme con él dormido, sobre un poyo del portal, acá fuera; no sé qué lo hizo, si es que por ventura las melancolías quiebran el sueño, como lo dió a entender el montañés que, llevando a enterrar a su mujer, iba en piernas, descalzo y el sayo al revés, lo de dentro afuera.
Los navíos que nos habían rescatado, esto es, el Rayo, el Montañés y el San Francisco de Asís, quisieron llevar más adelante su proeza, y forzaron de vela para rescatar también al San Juan y al Bahama, que iban marinados por los ingleses.
Oliveros, el mayor, tiene el noble y varonil tipo suevo de un hidalgo montañés. La barba de cobre, los ojos de esmeralda y el corvar de la nariz soberbio, algo que evoca, con un vago recuerdo, la juventud putañera de Don Juan Manuel Montenegro. Allá, en su aldea, la madre y el hijo suelen enorgullecerse de aquella honrosa semejanza con el Señor Mayorazgo.
Pero todo cambia en la naturaleza, y hay casa, hay sendero que no tuvieron nada que temer en otro tiempo y hoy corren riesgo, por haber desaparecido el ángulo de un promontorio, por haberse modificado la dirección del escurridero del alud, por haber cedido á la presión de las nieves la orilla protectora de un bosque, pues todas esas causas pueden inutilizar las precauciones del montañés.
Palabra del Dia
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