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Actualizado: 28 de junio de 2025
Un domingo de invierno, por la tarde, al anochecer, no sé por qué me decidí a dejar la diligencia de San Fernando y a quedarme en Cádiz. Había en el muelle esa tristeza de domingo de los puertos de mar. No me sentía alegre, sino agresivo, con gana de hacer una brutalidad cualquiera. Entré en una tienda de montañés, pedí pescado frito y vino blanco. Comí y bebí en abundancia.
En cambio, el patriarca montañés profesaba al cura un cariño y una admiración extraordinarios, gustaba mucho de oirle hablar sobre religión, y se consolaba en las penas que le ocasionaban su ceguera y su pobreza, escuchando las dulces y santas palabras del joven sacerdote.
El edificio era del buen estilo «rico» montañés; de sillería de grano la fachada del Sur y una parte de la del Este, lo preciso para encuadrar en ella un balcón de púlpito con balaustrada de hierro; el resto, mampostería sólida con muy pocos claros de ventana.
No falta un estudiante que en la taberna de su pueblo haga discursos pomposos y altisonantes, remedando los que en Madrid había oído. Ni se echa de menos tampoco un pardillo montañés, albitrante y con otras industrias saludables, el cual pesca a río revuelto, y en días de revolución echa al fuego, a impulsos del patriótico entusiasmo, los papeles del Ayuntamiento donde constaban sus trapisondas.
Convino conmigo en que sin dejar de ser montañés todo el conjunto del paisaje, tenía impreso ya en sus líneas y en sus tonos el influjo de sus vecindades castellanas, y continuamos bajando.
Dile a la señora que te dé un par de pesetas pa ca uno. Y salía a la calle silbando, satisfecho de su generosidad y de la hermosura de la vida. En la taberna próxima asomábanse a las puertas los chicos del Montañés y los parroquianos, como si no lo hubiesen visto nunca, con boca sonriente y ojos devoradores de curiosidad. ¡Salú, cabayeros!... Se agradese el orsequio, pero no bebo.
Acaso tu recuerdo pronto muera; pero tu tumba de mi patria amada seguirá cobijando la bandera, mientras luzca en lugar tranquilo y quieto, a merced de los vientos desplegada, la leyenda triunfal de mi soneto. Montañés, de Cabuérniga, donde nació en 1864. Licenciado en Derecho y Filosofía y Letras. Residió en Manila muchos años, ejerciendo la abogacía.
¡Bajáos, montañas! ¡alzáos, llanuras! ¡Y que yo ver pueda do están mis amores! #El montañés libre# Las rugosidades formadas en la superficie terrestre por montañas y valles son por consiguiente un hecho capital en la historia de los pueblos, y explica á veces sus viajes, sus emigraciones, sus conflictos y sus diversos destinos.
El hecho es que, lo mismo que Tinguian, la voz igorrote se usa en Filipinas como sinónimo de «montañès salvaje». Este nombre significa lo mismo que tinguian, «montañés»: en tagalog la raiz golot, que lo compone, significa «cordillera de montañas», y aunque esta voz no se halla en el único diccionario ibanag que impreso existe, no se puede por esto decir que no se conociera en dicha lengua, como se conoció en lo antiguo la voz tingue en el tagalog.
Es Tristán de Horla, un montañés como hay pocos, á quien acabo de alistar en la Guardia Blanca. Hará un soldado excelente. ¿Buenos puños, eh? Robusto y forzudo pareces, arquero, pero estoy seguro de que ese buen mozo lo es más todavía. Á ver, Tristán, si avergüenzas á todos mis ballesteros, ninguno de los cuales pudo ayer hacer rodar aquella piedra y arrojarla al torrente.
Palabra del Dia
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