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Actualizado: 7 de octubre de 2025
La marquesa comprendía demasiado que sus amigos tenían razón; pero ella las tenía también muy respetables para echar por otros caminos diferentes; y por eso llevó a Luz a Francia otra vez, donde nunca había estado como verdadera colegiala. Desde este viaje es cuando apareció la Montálvez notablemente transformada.
No sé si el lector habrá comprendido bien todo cuanto llevo dicho, o si yo no habré sabido explicarme, para llegar a conocer el fondo del carácter de Luz; pero seguro estoy de que, por muy mal que me haya salido la tarea, se puede sacar de ella todo lo que se necesita para convenir conmigo en que la marquesa de Montálvez no tenía motivos para alarmarse al presentar en el mundo a su hija, hecha una mujer, por el lado de sus pensamientos y naturales inclinaciones.
Y por estas razones, con alguna más que ella conocería, y que bien pueden sospecharse sabiendo su nuevo modo de pensar sobre las vanidades de su mundo, se hallaba la marquesa de Montálvez con su hija, en el rigor de aquel verano, tomando los baños de mar en una de las playas más hermosas, aunque no la más nombrada, de la Península. Se encontraba muy bien allí.
El desconsuelo de aquella honrada mujer y el recuerdo de la cariñosa abnegación que la debla, eran el único vínculo con que la hija de los marqueses de Montálvez se sentía ligada a la casa paterna a medida que iba alejándose de ella por el camino de Francia. No era suya la culpa. Su corazón no podía dar otro fruto que el de las semillas que se habían depositado en él.
Works: Escenas montañesas , Bocetos al temple , Tipos trashumantes , El buey suelto , Don Gonzalo González de la Gonzalera , Pedro Sánchez , Sotileza , La Montálvez , La puchera , Nubes de estío , Al primer vuelo , Peñas arriba , Pachín González , et al. Studied law at Málaga and Granada. Entered diplomacy, and was minister at Washington, Vienna, and elsewhere. Died in 1905.
La otra, también viuda y también titulada, aunque por derecho propio, marquesa de Espinosa, y también llamada por la de Montálvez por su nombre de pila, Leticia, era muy distinta de Sagrario: menos estrepitosa, más seria y, quizá, mejor tipo. Tenía unos ojos negros y escrutadores que punzaban al mirar, correctísimas facciones, algo morena, y muy esbelta todavía.
Temía adquirir nuevos compromisos de sociedad, cuando su trato con la marquesa de Montálvez era todo cuanto podía soportar sin trastorno considerable del método de vida que se hacia en su casa. Más adelante ya sería otra cosa... y hasta conveniente para él. ¿Quién dudaba que era provechosa la amistad bien cultivada de una persona tan distinguida, discreta e influyente como aquella señora?
A la marquesa le pareció muy cuerdo el dictamen de Guzmán, y desde aquel día se acabó entre ambos el tratamiento llano de sus intimidades; quedó proscrita toda alusión a lo pasado, y no fue en la casa de Luz ni fuera de ella el antiguo amante de la hermosa Nica Montálvez, más que un amigo muy afectuoso y atento de la ajamonada viuda del arruinado banquero don Mauricio Ibáñez.
Un mozo rico, muy guapo, de alma noble, de claro y bien cultivado entendimiento, sin gota de sangre azul en las venas y sin trato ni conexiones de ninguna especie con el «gran mundo», era cuanto, puesta a soñar, hubiera soñado la Montálvez para novio de su hija. Y este novio existía de verdad, y amaba a Luz, y Luz estaba enamorada de él.
Y con tanto charlar estos gacetilleros y poetas, no dijeron una palabra de don Mauricio el Solemne, sino para citar su nombre entre los más «conspicuos» concurrentes; nada de sus ahogos al meeroodeear materiales para un brindis, al primer taponazo del Champagne; nada de sus moribundas miradas a la «picante beldad, ilusión consoladora de los espléndidos marqueses de Montálvez»; nada de ciertas finezas metafóricas que el deslumbrante banquero logró deslizar al oído de la elegante dama, como tímido recuerdo de sus anteriores memoriales.
Palabra del Dia
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