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Actualizado: 14 de junio de 2025


»Algunos días después recibimos una visita que estábamos muy lejos de esperar. Carlos iba frecuentemente a desayunarse y a pasar el día con nosotros. Un criado entró y dijo en voz baja a Carlos que monseñor el obispo de Nola deseaba verle. Carlos exclamó sorprendido: »¡El! ¡en Inglaterra!... ¿Qué le ha traído?... ¿Por qué no entra? ¿Teme volver a ver a sus amigos y encontrarse entre ellos?

Al fin llegó monseñor Isbert que debía bendecir la unión de los jóvenes. Era un prelado doméstico de S. S., hombre de mundo, jovial, diplomático, tolerante. Por estas razones gozaba de gran crédito en la alta sociedad madrileña y había casado ya un número considerable de sus miembros. Señoras y caballeros le rodearon al instante y gozaron de su conversación culta y jocosa.

Si yo tuviera relaciones con un rey ó un príncipe heredero, tal vez permitiría que nos viéramos en su casa, y hasta su monseñor montaría la guardia. Pasó un rato silenciosa, con los ojos inquietantes fijos en Miguel.

Puede ninguna ciencia compararse Con esta universal de la poesia, Que limites no tiene do encerrarse? Pues siendo esto verdad, saber querria Entre los de la carda, cómo se usa Este miedo, ó melindre, ó hipocresia? Hace Monseñor versos, y rehusa Que no se sepan, y él los comunica Con muchos, y á la lengua agena acusa

Yo presidí el duelo de familia, el segundo cabo el de militares, y Monseñor Giner el de sacerdotes. Sobre este punto no hay más que decir: todo fue conforme a los usos establecidos y a lo que exigía el decoro de nuestra familia. Quitóselo de la mano suavemente, colocolo en su sitio y tornó a recoger con el paseo el hilo de su interrumpido discurso.

La presencia de monseñor Galli, de Rimini, su entrevista clandestina con Dolly, fue, como hemos sabido después por propia confesión de ella, para ver de cerciorarse de algunos datos concernientes a los últimos actos y movimientos de su padre, pues se había sabido que pocos meses antes había vendido en París, a un comerciante en el ramo, el histórico crucifijo de piedras preciosas usado por Clemente VIII, que fue depositado en el tesoro del Vaticano después de su muerte, el año 1665.

En aquella época aun no había publicado Victor Hugo sus Miserables, y por consiguiente no había yo admirado la hermosa personificación de Monseñor Myriel, que tantas lágrimas de cariño ha hecho derramar después.

Ser admirado constituye «la mitad» de su vida, acaso «toda su vida»; es una sed rara que, no habiendo de calmarse nunca, á ratos, sin embargo, parece satisfacerse con una gota: así lo más frívolo, una carta, un simple apretón de manos, nos embriaga. Ello explica las lágrimas que arrancó á Sara Bernhardt el asesinato de «monseñor» de Sibour.

Debía haberme dejado una verdadera fortuna ahorrada en los Bancos. ¡Una señora que invertía tan poco en el regalo de su persona!... Y sin embargo, tuve que pagar grandes cantidades por todos los encargos que había hecho antes de morir. Ten la seguridad de que el «monseñor» y los otros son mucho más ricos que yo. ¿Y tus minas? ¿y tus tierras de América?

»Más tarde, monseñor le contestó Carlos con voz dulce y sonrisa graciosa, que parecía querer desarmar el rigor que demostraba Teobaldo. Tenemos tiempo. »No repuso Teobaldo con dureza. Vengo a buscarte, a llevarte; necesitamos partir hoy mismo. »¿Y por qué razón? »Por una muy importante, que ya te explicaré. »No demoren ustedes por nosotros su conferencia, grave sin duda dijo el conde de Pópoli.

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