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¿Qué dicen en mi casa?... ¡Yo mismo no lo !... No he podido entender claramente lo que pensaban mis hermanos, hablando todos al mismo tiempo... Parece que creen que eres un mito... Terriblemente indignado, exclamó Pérez, después de un breve juramento de cuartel: ¡Yo un mito!... ¡Un mito yo!... ¿Y quién se atreve a decirlo, quién?...

Quitad de allí el Salto si queréis, suprimid el mito, dejad en reposo el brazo potente de Neuquetheba: siempre aquellas murallas profundas y rectas, aquel abismo abierto, insaciable en el vértigo que causa, siempre aquella llanura que la mirada contempla y que el espíritu persiste en creer una ficción, siempre ese espectáculo será uno de los más bellos creados por Dios sobre la cáscara de la tierra.

Dios no ha creado el mundo malo, sino bueno. Fue el primer hombre quien se acarreó todos los dolores con su desobediencia. ¡Ah, ! El mito de la manzana. Yo no le creo a usted capaz, señor excusador, de un capricho tan ridículo. ¿A qué conducía el reservar esa manzana, sobre todo conociendo el carácter caprichoso de Eva y la debilidad de Adán por ella?

Para hacer mas verosímil la historia, puse yo mismo por arte mágica en las espaldas de ambos las salamandras. Todo ha sido lo que allá en los tiempos venideros, dentro de cerca de tres mil años, llamarán los sabios y pulidos un mito, y los ignorantes y rudos, un camelo o una filfa. La escena es en Constantinopla. Siglo V de la Era Cristiana. Habitación de Proclo. Es de noche.

La Naturaleza sentía también la atracción de su llamado generoso; vientos, aves y plantas parecían buscar como en el mito de Orfeo y en la leyenda de San Francisco de Asís , la amistad humana en aquel oasis de hospitalidad.

Tal como él era, mi pobre librejo ha tenido la fortuna de hallar en aquella tierra, cerrada a la verdad y a la discusión, lectores apasionados, y de mano en mano, deslizándose furtivamente, guardado en algún secreto escondite, para hacer alto en sus peregrinaciones, emprender largos viajes, y ejemplares por centenas llegar, ajados y despachurrados de puro leídos, hasta Buenos Aires, a las oficinas del pobre tirano, a los campamentos del soldado y a la cabaña del gaucho, hasta hacerse él mismo, en las hablillas populares, un mito como su héroe.

También Grecia hablaba de su Parnaso, cuyas piedras, lanzadas al limo del diluvio, se convertían en hombres. Hasta en Francia hay montañas donde se paró el arca; una de esas cumbres divinas es Chamechaude, cerca de la gran Cartuja de Grenoble: otra es Puy de Progne, dominador de las fuentes del Ande. El mito es, pues, constante; de las altas cimas es de donde han bajado los hombres.

Tales son los siguientes: La estatua de Prometeo. Trabajo profundo del mito de Prometeo, con arreglo á las ideas cristianas.

O de esta otra: «¡Ah, mi pobre cura, creo que he descubierto el manantial de agua fría, de que hablábamos tres meses ha! ¡La felicidad no existe, es un engaño, un mito; todo lo que queráis, menos realidad! «¡Adiós! ¡Si la muerte no nos volviese tan feos, querría morir! ¡Morir, , mi cura! ¡Habéis leído bien

Es necesario haber visto aquella solución de la montaña por donde el Funza penetra bullicioso y violento, aquellas rocas enormes, suspendidas sobre el camino, como si hubieran sido demasiado pesadas para el brazo de los titanes en su lucha con los dioses, para apreciar el mito chibcha en todo su valor.