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Actualizado: 19 de mayo de 2025
El cariño que tía y sobrina se profesaban era prueba indudable de la buena índole de ambas: las atenciones y el mimo que Julia prodigaba a doña Carmen contribuyeron mucho a que Ruiloz descubriese en la primera las cualidades que, hábilmente dirigidas, pueden ser la base de un hogar dichoso.
Ni sobre tu palabra, ni sobre tu dinero, grandísimo trasto.... Me voy, me voy añadió con un gesto de mimo, levantándose y corriendo a mirar la hora al reloj de la chimenea . ¡Uf, qué tarde!... Adiós, chiquillo. Y se precipitó a la puerta extendiendo la mano a su amante sin mirarle. Este no pudo besarle más que la punta de los dedos.
Su hija le envolvía, mientras hablaba, en una mirada de admiración y cariño que él no parecía observar. Sin embargo, la trataba con mimo: no la llamaba más que «chiquita», y la atendía en la mesa como a una dama festejada. De la prima Etelvina hacía poco o ningún caso.
Pero se sentía algo de penoso en la tranquilidad de su actitud, en su sonrisa misma y hasta en el descuido con que se había puesto el sombrero de fieltro. En la carta le pedía, con mucho mimo, que accediera a servirle de padrino. Pero como él comenzara de nuevo a interrogarla, Adriana le miró seria y cariñosamente: Tío, estos asuntos no tienen explicación.
Se trataba de un castigo necesario al orgullo que la niña empezaba a mostrar con los criados. No duraría mucho. Sin embargo, necesitaba vencer a todas horas la voluntad de Quiñones, que se oponía a que fuese educada con tanto mimo.
Por más esfuerzos que hacía para mantener el equilibrio, no podía menos de confesarse que amaba mucho más a Raimundo. Su inmenso cariño se traducía en constantes caricias, en nimios cuidados que enervaban y enmollecían el temperamento del niño. Le criaba, en suma, con demasiado mimo.
El principal de todos era, como es natural, la enfermedad de su esposa coincidiendo con la aparición de la niña. Recordaba la extraña tenacidad con que se opuso a que subiese médico alguno a verla; luego el mimo, los cuidados exquisitos que se prodigaron a la criatura.
Y se puso a echar sus miguitas a los peces, hablándoles con el cariño y el mimo de una madre que acaricia a sus hijuelos... ¡Hola, tragoncillos! ¿Hay apetito?... Vamos, haya paz, que para todos hay... ¡Mira, mira, María, cómo abren el hociquito!... ¡Qué delicia! ¡Qué monada!
Palabra del Dia
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