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790 Cuando ya no pudo hablar le até en la mano un cencerro, y al ver cercano su entierro, arañando las paredes, espiró allí entre los perros y este servidor de ustedes. 791 Le cobré un miedo terrible después que lo vi dijunto; llamé al alcalde, y al punto acompañado se vino de tres o cuatro vecinos a arreglar aquel asunto.

Quien en él se coloca, en vez de ganarse las voluntades y de fomentar la afición á los antiguos libros españoles, infunde al vulgo, á la gente de mundo semi-ilustrada, miedo y hasta repugnancia, no falta de fundamento, porque si alguien lee un libro que el crítico le ponderó como un primor, lleno de ingenio y de gracia, oro de Tíbar de poesía, etc., y se aburre leyéndole y le halla tonto é inaguantable, creerá que con todos los demás libros que le pondere el crítico le sucederá lo mismo, y no leerá ninguno, y tendrá vehementes sospechas de que no es muy divertida la antigua literatura española.

El amor a la divina representación de Cristo se hubiera combinado con el miedo y con una compasión tremenda que tal vez la hubieran hecho caer en convulsiones, o producido en ella ataques de nervios y hasta delirio.

Clara estaba á la hora de las diez con el alma suspensa, trémula y atenta, llena de inquietud y zozobra. Pasa de las diez, y el viajero no viene; el reloj vuela de las once á las doce, y de las doce á la una. Pascuala tenía mucho miedo, porque el ruido de gentes que en la calle se sentía aumentaba á cada hora.

En una palabra, el señor de Argicourt y el señor de Estry deben de estar en este momento en casa del señor de Candore para pedirle una satisfacción. ¡Oh! Dios mío. Y he tenido miedo, yo, tía Liette, que no soy sin embargo, una mujerzuela y comprendo muy bien que un oficial... En su lugar, hubiera hecho lo que él... Dios protegerá el buen derecho, ¿verdad?

Muero sin pesar y no tengo miedo. Hace tanto tiempo que no duermo bien, que necesito reposo. Olga BremerEl anciano experimentaba un sentimiento de angustia absoluta. Se bamboleaba, apretaba los puños y se golpeaba la frente; en seguida volvió a caer sobre una silla. Es una locura, una completa locura gimió enjugándose las gotas de sudor que cubrían su frente.

Al mismo tiempo sus ojos se clavaron en Ricardo con tal expresión de miedo, de ternura, de súplica, de congoja, que éste sintió un fuerte estremecimiento, semejante al que produce una descarga eléctrica. ¡Era la misma mirada! ¡La misma que acababa de ver en sueños! Sintiose inundado por una gran claridad, por una luz divina. En aquel instante supremo todo lo vio, todo lo comprendió.

Cerró la ventana, fingiendo un miedo pueril á los mosquitos, y Robledo tuvo que retirarse desalentado. A la misma hora el ingeniero Canterac escribía en su mesa de trabajo, terminando una larga carta con estas palabras: «... y tal es mi última voluntad, que espero cumpliréis. ¡Adiós, esposa mía! ¡Adiós, hijos míos! Perdonadme

Roto el encanto, la conciencia fría ve alzarse, hoy burladora, ayer risueños, tiempos que fueron ya sueño de sueños del porvenir la negación sombría. Ver la felicidad y no alcanzarla, correr tras de la gloria y no obtenerla, tener un alma libre, esclavizarla... ¡Vida que no es ni nuestra al poseerla, no vale el torpe afán de conservarla, ni el miedo miserable de perderla!

De esto nacieron las crueldades entre los de esta nacion, de quitar la vista, las orejas, y las narices, proscripciones, destierros, muertes por vanas sospechas imaginadas, ó fingidas, para quitarse el miedo de la emulacion, y las mas veces fueron oprimidos de lo que nunca temieron.