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Actualizado: 6 de mayo de 2025
De tan sencilla confesión tomó pie el médico para contar mil graciosas historietas, donde se mezclaban donosamente la devoción y la obstetricia y desempeñaba San Ramón papel muy principal.
Las marquesas se mezclaban con las niñeras y las criadas de servir, haciendo cola a la intemperie, durante horas y horas, para ver aquella obra, de la que se contaban tantas maravillas. Fue el Rey, fueron los ministros, fueron los académicos, fueron los obispos y los generales. Los periódicos por aquellos días hablaban de Julio Antonio con tanta extensión como si se tratara del propio Belmonte.
Las hipótesis respecto de las causas probables de tamaño lance abundaban, se entrelazaban, se mezclaban, llegaban al absurdo y siempre acababan apoyándose en ejemplos de casos semejantes y de otros mucho más extremados. Körner demostró gran erudición en el particular; pero se preferían como mejor testimonio, más digno de crédito, las cosas más recientes y de la localidad.
El aire vivo que me hería las sienes, el aroma penetrante del azahar, los olores cordiales del campo que a él se mezclaban, la caricia ardiente de aquella naturaleza poderosa que sentía en el rostro me embriagaban, me causaban escalofríos de dicha. La torre que había visto se acercaba, elevándose cada vez más a mis ojos. El blanco grupo de casas yacente a sus pies se extendía.
Los remilgos eran fingidos, pero el que se propasaba se exponía a salir con las mejillas ardiendo. Las virtudes que había allí sabían defenderse a bofetadas. En general, se movía aquella multitud con cierto orden. Se paseaba en filas de ida y vuelta. Algunos señoritos se mezclaban con los grupos de obreros.
Desde lo alto de los retablos churriguerescos, las estatuas de talla, troncos convertidos en santos por el arte, parecían mirar con lástima a la gente arrodillada, cuya apretada masa promovía ruidos en que se mezclaban el caer de las sillas, el crujir de las sedas, la plegaria de unos y el refunfuño de otros. Ya se había rezado el Rosario.
Reposaba la mirada de doña Guiomar en la de Miguel de Cervantes, y la mirada de éste en la de ella, y no parecía sino que en aquellas dos miradas sus almas se mezclaban y se confundían para no ser más que una sola alma.
Este recuerdo trajo consigo otros muchos, todos dolorosos, en que se mezclaban su esposa, su hija y Ricardo, poniéndole ante los ojos las graves desdichas que en poco tiempo había experimentado. Levantose bruscamente y salió de la habitación. Ricardo, conmovido igualmente y dominado por un gran abatimiento, quedó cabizbajo y silencioso.
Con este gentío calagurritano se mezclaban los postulantes de otra esfera, personajes y señorones que pasaban al despacho desde que llegaban. El criado no podía contener a la turba impaciente, desesperanzada, a veces rabiosa, que tenía en sus maneras el ímpetu del asalto.
Ana se sentía caer en un pozo, según ahondaba, ahondaba en los ojos de aquel hombre que tenía allí debajo; le parecía que toda la sangre se le subía a la cabeza, que las ideas se mezclaban y confundían, que las nociones morales se deslucían, que los resortes de la voluntad se aflojaban; y viendo como veía un peligro, y desde luego una imprudencia en hablar así con don Álvaro, en mirarle con deleite que no se ocultaba, en alabarle y abrirle el arca secreta de los deseos y los gustos, no se arrepentía de nada de esto, y se dejaba resbalar, gozándose en caer, como si aquel placer fuese una venganza de antiguas injusticias sociales, de bromas pesadas de la suerte, y sobre todo de la estupidez vetustense que condenaba toda vida que no fuese la monótona, sosa y necia de los insípidos vecinos de la Encimada y la Colonia.... Ana sentía deshacerse el hielo, humedecerse la aridez; pasaba la crisis, pero no como otras veces, no se resolvería en lágrimas de ternura abstracta, ideal, en propósitos de vida santa, en anhelos de abnegación y sacrificios; no era la fortaleza, más o menos fantástica, de otras veces quien la sacaba del desierto de los pensamientos secos, fríos, desabridos, infecundos; era cosa nueva, era un relajamiento, algo que al dilacerar la voluntad, al vencerla, causaba en las entrañas placer, como un soplo fresco que recorriese las venas y la médula de los huesos.
Palabra del Dia
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