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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Cada cual llevaba sus presentes a los novios: Jerónimo, unos zapatitos para Luisa; Materne y sus hijos, un gallo silvestre, la más ardiente de las aves, como es sabido; Divès, varios paquetes de tabaco de contrabando para Gaspar, y el doctor Lorquin, una canastilla de fina ropa blanca. Las mesas estuvieron puestas para todo el mundo y las hubo hasta en las trojes y bajo los cobertizos.
Sin este aparador habia en el mismo patio otros sendos aparadores, á cada lado el suyo, con gran cantidad de bagilla de plata para el servicio de las otras mesas.
Para mediodía tienen dispuestas seis u ocho mesas de convite, que se hace en casa del corregidor, y en las de algunos caciques y cabildantes, para las cuales se da de los bienes de comunidad, para cada mesa, un toro, un poco de sal y un par de frascos de miel, y ellos agregan de lo suyo lo que pueden.
En una acera de la calle Larga, ante las mesas de los principales casinos, había besado a un amigo con exagerados transportes de pasión, entre el griterío de la gente que salía a las puertas. Su último amor era un mozo tratante en cerdos, un atleta chato y cejudo con el que vivía en el arrabal. Un secreto poder de este macho fuerte la enloquecía.
Animándose los unos á los otros, lograron contener en los primeros momentos el empuje de los de Lorío. Chasqueaban los palos, arremolinábase la gente, rodaban las cestas de fruta por el castañar abajo, volcábanse las mesas de los confiteros ambulantes, quebrábanse vasos y botellas. Todo era confusión y alarma y gritería y polvo en el campo de la romería.
El vaho y el humo borran las líneas y hacen que destaquen en mancha, sin contorno, las notas verdes y blancas de las mesas y la larga pincelada roja del diván. Un reloj suena con diez metálicas vibraciones. ¿Está usted vendimiando ya en la Umbría? pregunta uno de los contertulios a otro. Sí, ayer di orden de que principiaran. Yo mañana me marcho a la Fontana; quiero principiar pasado mañana.
La peña aquella ocupaba tres mesas, y antes de que los parroquianos llegaran, el mozo les ponía a todos el servicio. Juan Pablo entraba a las ocho, cuando aún no había en el local más que tres o cuatro personas, y los mozos estaban de conversación sentados junto al mostrador. En este, el amo o encargado preparaba los servicios, poniendo pilas de platillos de azúcar.
Jacinto alzaba los hombros, respondiéndole con benevolencia quejumbrosa. Parecía decirle: «¡Yo, qué más quisiera...! He hecho todo lo posible... Veremos... he dado una nota... Crea usted que por mí no queda... Si, ya sé, dos meses nada más...». Un instante después Ramsés II pasó junto a D. Evaristo, deslizándose por entre las mesas y sillas como sombra impalpable.
Desembozándose, avanzó el anciano por la tortuosa calle que dejaran libre las mesas del centro, y miraba a un lado y otro buscando a su amigo.
Cuando Rafael no tuvo más que decir, todos se fueron adentro sin saludarle. Satisfecha su curiosidad, despreciaban al gañán que les había hecho abandonar sus mesas precipitadamente. El aperador puso su jaca al galope, con el deseo de llegar cuanto antes a Marchamalo. María de la Luz no le había visto en dos semanas y le recibió con mal gesto.
Palabra del Dia
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