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Actualizado: 20 de mayo de 2025
El mismo timbre de la voz se le había modificado de un modo notable, haciéndose más grave y firme. Parecía que se operaba en ella una anticipación artificial y momentánea de la plenitud del sexo. Cuando concluyeron de disparatar, don Mariano hizo que sacaran las mesas del salón, para que bailasen los jóvenes.
Mario tenía encendidos los pómulos y el resto de la cara bien pálido: la mano le temblaba al llevarse la cucharilla a la boca: la garganta se resistía a dar paso al café, que tragaba apresuradamente y sin gustarlo. Sus ojos se volvían frecuentemente hacia una de las próximas mesas donde una familia compuesta de padre, madre y dos niñas de veinte a veinticuatro abriles tomaban igualmente café.
Y sin embargo, tú amas la buena mesa dijo el príncipe. Las lamentaciones de Castro tomaron una gravedad cómica. Con la guerra se habían olvidado las buenas costumbres. Un convite sólo servía para engañar el hambre. Hace muchos meses, tal vez años, que no he comido como hoy, y eso que me he sentado á las mesas de todos los grandes hoteles de la Costa Azul.
Rubín se encontraba bien en aquel círculo, pero una noche acertó a ver en las mesas de enfrente a un hombre que le desconcertó por completo. Era un amigo suyo que le había prestado dinero.
Se tropezó con un señor que caminaba entre las mesas agitando las manos detrás de su espalda y mascullando frases ininteligibles. El amigo Lewis. ¿Ha visto usted cómo juega? dijo con acento de cólera al reconocer al príncipe . Como una bestia, como una verdadera bestia.... No debían dejar entrar á las mujeres. Toda la tarde había estado perdiendo, de acuerdo con las reglas y la experiencia.
En todas las mesas se hablaba también de lo que ocurriría por la tarde. A las tres estaban citados los de la peregrinación en el Arenal. Llegarían en varias procesiones desde las distintas parroquias, para reunirse todos en la iglesia de San Nicolás.
Don Pedro se levantaba de repente, rechazando su silla con energía, y, haciendo temblar el piso bajo su andar fuerte, se largaba al Casino, donde las mesas de tresillo funcionaban día y noche. Tampoco allí se encontraba bien. Sofocábale cierta atmósfera intelectual, muy propia de ciudad universitaria.
No hay un país en Europa, inclusive Inglaterra, donde se hable con mas libertad que en España, en los recintos que no tienen carácter oficial ó político. Y puede decirse que donde realmente se discuten en ese país los asuntos políticos es en los cafés, las mesas redondas de los hoteles y los casinos ó círculos privados. Hablemos primero de la Corte y despues de los Españoles.
Los desocupados que paseaban en torno del «queso» le veían entrar en el Casino con aspecto preocupado, como un jugador que acaba de descubrir una combinación nueva. El público de los salones le había visto también aproximarse á las mesas, como si le interesasen las peripecias de la fortuna.
Ni menos requiere ser descrito el espectáculo, caro a los novelistas, de las febriles peripecias que en torno de las mesas se sucedían.
Palabra del Dia
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