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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Mejor haría el ciudadano Calleja en acordarse de los diez y nueve reales que le prestó mi primo, el que tiene la pollería en la calle Mayor; reales que le ha pagado como mi abuela. Vamos, que tú y el pollero sois los dos del mismo estambre. Sí, y acuérdese de la guitarrilla que le robó á Perico Sardina el día de la merienda en Migas Calientes.
En los ventorrillos de las afueras temblaban los parroquianos pacíficos, como si se aproximara una tempestad, cuando le veían llegar de merienda al frente de una cuadrilla de gente del oficio, que reía todas sus gracias. Era todo un hombre.
Decíame don Diego que qué haría él para persuadir a las tripas que habían comido, porque no lo querían creer. Andaban vaguidos en aquella casa, como en otras ahitos. Llegó la hora del cenar pasóse la merienda en blanco ; cenamos mucho menos, y no carnero, sino un poco del nombre del maestro, cabra asada. Mire vuestra merced si inventara el diablo tal cosa.
Esta debe de ser sin dubda de ellas; mas yo te prometo, acabado el mes, no quede en ella, aunque me la den por mía." Sentóme al cabo del poyo y, porque no me tuviese por glotón, callé la merienda; y comienzo a cenar y morder en mis tripas y pan, y disimuladamente miraba al desventurado señor mío, que no partia sus ojos de mis faldas, que aquella sazón servían de plato.
¡Vaya una merienda para un cuarto como éste! ¿No te da vergüenza? ¿Cuándo me llevas estos trastos a casa? Veremos... Dijo el ciego, y nunca vio. Rica, dame un beso, y toma un bocadito de estas golosinas.
Un día es un día; hay que dar a la juventud lo suyo, y ella ¡ay! recordaba enternecida cuando el doctor Pajares era estudiante y se sentaba a su lado en la mesa. La merienda se animaba. Nelet había encendido la lámpara del comedor, y los moscardones y mariposas del vecino jardín, atraídos por la luz, aleteaban nerviosamente, chocando con la pantalla de porcelana.
Amaneció y despertamos a dar traza en los criados, plata y merienda. En fin, como el dinero ha dado en mandarlo todo y no hay quien le pierda el respeto, pagándoselo a un repostero de un señor, me dio plata, y la sirvió él y tres criados. Pasóse la mañana en aderezar lo necesario, y a la tarde ya yo tenía alquilado mi caballito. Tomé el camino a la hora señalada para la Casa del Campo.
Entonces, y con esta seguridad, Montiño se persignó y rezó apresuradamente la confesión general. Después dijo: Hace dos horas envenené una confitura que ha de servir en una merienda. Y apenas pronunciadas estas palabras, Montiño rompió á llorar.
El que salió chiquillo volvía hecho un mancebo; venía crecido y guapo; negro bozo le sombreaba los labios; no había malogrado tantos afanes, y en él cifraban las buenas señoras toda su dicha. Ya estarían disponiéndose para ir a recibirle; ya le tendrían lista la alcoba y la merienda. ¡Ah! sí, todo quedaría dispuesto y bien arreglado.
Por aquella época, la ilustre viuda empezaba a declinar ostensiblemente en su porte y en la limpieza y compostura de su vestimenta, si bien no había llegado, ni con mucho, al lastimoso extremo de abandono en que la hemos conocido más tarde. Los niños entraron del colegio, y Rosalía fue a darles la merienda.
Palabra del Dia
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