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Actualizado: 8 de junio de 2025
Este era externo, impreso por otros astros al nuestro; mas el pulso de las corrientes diversas es intrínseco á la tierra, constituye su propia vida. En el libro de Maury, el rasgo de ingenio, en mi opinión, es haber dicho: «El agente más aparente de la circulación marítima, el calor, no sería bastante. Hay otro no menos importante ó más que aquél: la sal.»
El último y más célebre de todos, el norteamericano Maury, emprendió valerosamente lo que hubiera hecho retroceder á cualquier Gobierno, el examen y clasificación de innumerables cuadernos de bitácora, de esos informes documentos, á menudo truncados, que llevan los capitanes.
Traducido lo que me dijo en rudas frases era como sigue: que si Juan Maury, que había sido guapo y muy querido de las damas, tuviese que aceptar un hijo por cada uno de los extravíos o ligerezas de su primera juventud, se expondría a poder formar un batallón con su prole; que sus relaciones conmigo habían sido de lo más ligeras, sin compromiso ninguno, y de duración muy corta; y que él no tenía ningún motivo justificado para afirmar con pleno convencimiento que durante dichas relaciones había sido el único, porque entonces había también un marido legítimo, y había además dos rivales que con grave escándalo y por celos riñeron en desafío, resultando muerto uno de ellos.
A fuerza de gestiones mi embajador clérigo consiguió ver en secreto a Juan Maury y exponerle el objeto de su embajada; pero Juan Maury, lleno de desconfianza, le despidió sin hacerle caso. Todavía, con humillante terquedad, persistí yo en mis ruegos y escribí varias cartas a mi antiguo y descastado amante.
Mucho distaba aún de llegar la remesa, cuando, en aquellos mismos días del lance entre Arturito y el gaucho, notó la gente que Juan Maury no llevaba ya el bastón. Le preguntaron por su paradero y él contestó que no sabía. El bastón se le había perdido. No había quedado rastro de él. Era como si la tierra se le hubiese tragado.
Nuestros amigos, o por lo menos conocidos ya del lector, el vizconde de Goivoformoso y Juan Maury, eran de los que allí más acudían. Hubo, a la sazón, un incidente que tiene trazas de insignificante, pero del cual importa dar cuenta ahora, porque contribuye algo a la claridad y al proceso de esta historia, quizás más verdadera que divertida.
Esta opinión no es mía, sino de Bory de Saint-Vincent. Los recientes descubrimientos de Maury y las leyes que ha establecido la confirman de mil maneras. En el inmenso valle del mar, bajo la doble montaña de ambos continentes, propiamente hablando no existen más que dos cuencas. «1.º La cuenca del Atlántico. 2.º La gran cuenca del mar Indico y Pacífico.»
Nadie hubiera podido declarar con fundamento que la partida de Juan Maury había modificado el ser de Rafaela. Su amistad hacia el Vizconde siguió tan fina y tan estrecha como en el coloquio, pero sin que el coloquio se repitiese. Ella seguía hablando con el Vizconde, si bien delante de todos y sin dar que sospechar. Su conversación amistosa la consolaba y la deleitaba.
De sobra replicó ella sabes mis relaciones con Juan Maury. Lo que no sabes es lo que ha habido de singular y de nuevo en estas relaciones. Otros hombres me han inspirado simpatías más o menos vehementes. Por ellos he sentido lo que se llama amistad.
De la virtud, de la limpieza y santidad de costumbres y del recato de Lucía fácil era que pudiese informarse Juan Maury. De su hermosura, de su distinción y de su talento, él mismo podía juzgar, viniendo a visitarla en el convento en que ella estaba. Ni los bienes de fortuna de Juan Maury sufrirían con esto menoscabo, porque Lucía era rica de por sí y nunca le sería gravosa.
Palabra del Dia
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