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Actualizado: 8 de junio de 2025


No es, en verdad, amor, ni merece tan santo nombre, lo que yo he sentido y conocido desde la bajeza impura en que nací hasta el día de hoy. Sólo es amor, cumplido y entero, el que yo columbré remotamente entre los brazos de Juan Maury, y que por mi indignidad o por mi desgracia no pude alcanzar nunca.

Pero hubiera sido absurdo que hubiese tratado yo de inspirar a Juan Maury más hondos sentimientos y más apasionado afecto que los de la amistad y la galantería. Yo misma tuve miedo de sentir hacia él verdadero amor. Yo casi me atrevo a afirmar que no he engañado a D. Joaquín.

Indudablemente, sin ninguna intención y sin oculto propósito, sin descubrir ni reconocer ella como causa de su cambio la impresión que Juan Maury le había hecho, y creyéndose impulsada por las amonestaciones y piadosos discursos del Padre García, no sólo había despedido a Arturito, sino que también se propuso no volver a recibir al gaucho y romper para siempre con él, aunque bien notaba, con cierto sentimiento entre lisonjero y penoso, que la segunda venida del gaucho a Río había sido por ella.

Al ver aquello, el vizconde se sonrió con malicia mirando a Juan Maury; éste se puso rojo como la grana, y Rafaela, sin poder reprimirse, empezó a reír a carcajadas. Don Joaquín hubo de imaginar que a Rafaela le hacían mucha gracia las muecas de aquel muñeco, y le movió más, poniéndosele delante.

Allá en mis adentros, allá en lo más hondo y oculto de mi corazón, aún descubría yo rastros del verdadero amor que, por única vez en mi vida y evocado por Juan Maury, había pasado por mi alma, tocándola con sus alas e iluminándola toda. Juan Maury nunca lo supo, ni lo presumió siquiera. Durante el corto tiempo que me poseyó me tuvo por una mujer galante: muy agradable, muy divertida, y nada más.

Evidentemente, Juan Maury ni tenía en Río, ni hubiera tenido en parte alguna, el menor propósito de llamar la atención, y menos que por nada por adornos o perfiles que pueden comprarse en una tienda. Pero aún era muchacho y solía tener caprichos casi infantiles. Por uno, pues, había llamado la atención a pesar suyo.

Después de la ida de Juan Maury, Rafaela, a fin de evitar las hablillas y para que no se burlasen de ella afectando compadecerla como a mujer abandonada, siguió recibiendo por las noches y procurando que su tertulia no estuviese menos concurrida ni menos alegre que antes.

De aquí que al amor ideal, al amor exclusivo y único, que iba a brotar en mi alma, por primera vez y como flor tardía, le corté yo las alas antes de que remontase el vuelo. Juan Maury se ha ido. Yo no le censuro. Ha hecho bien. Ni él podía darme ni yo podía exigirle amor constante y para siempre. Deploro el amor ahogado antes de nacer, mas no el que ya vivía y ha muerto.

Allí, en un espacio grande como los cuatro continentes dice Maury, los pólipos fabrican concienzudamente los millares de islas, bancos y arrecifes que cortan poco á poco ese mar; escollos, hoy día, peligrosos y maldecidos del navegante, pero que remontando, uniéndose á la larga, constituirán un continente, y ¿quién sabe? después de un cataclismo, el refugio del linaje humano. El pulso del mar.

Lo que hice fue derribar con ira y hasta con asco el ídolo de Juan Maury del altar que misteriosamente le había yo erigido en el templo de mis recuerdos. Y aunque mis manos permanecieron ociosas e inertes, no le sucedió lo mismo a mi lengua. La esgrimí como puñal buido. Si no calenté bien con mis manos la cara del inglés, con la lengua le calenté las orejas.

Palabra del Dia

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