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Actualizado: 8 de junio de 2025


He tenido muchos amoríos y casi no me atrevo a decir que he tenido amor. Una vez sola en mi vida me parece que entreví, que columbré a lo lejos la celestial aparición del verdadero amor, que benigno me sonreía y que ansiaba penetrar en mi alma, llenarla de su divina beatitud y purificarla e iluminarla. Fue esto cuando tuve relaciones con Juan Maury. estabas en Río y debes acordarte de todo.

Sin embargo, fue tan grande mi deseo de que mi hija supiese quién era su padre y de que él declarase que lo era, que yo vencí mi repugnancia, humillé mi soberbia y acudí a Juan Maury con mi pretensión. Le escribí varias cartas a las que no se dignó contestar, y yo sufrí y devoré su desprecio.

Noble homenaje de la Europa á la joven América, al pacienzudo é ingenioso Maury, sabio poeta de los mares que ha resumido sus leyes, y hecho un servicio mayor todavía, pues por el impulso del corazón y el amor á la Naturaleza, al mismo tiempo que por lo positivo de sus resultados, logró transportar el Universo.

Contra Juan Maury no tengo yo la menor queja. Era un cumplido caballero. Me quiso todo lo que podía quererme. Me respetó todo lo que podía respetarme. Me atendió, me obsequió, me consideró como atiende, obsequia y considera el galán más delicado a la más noble dama.

Tengo por cierto que si mi amor hubiera nacido y se hubiera manifestado con la mayor vehemencia y si Juan Maury hubiera participado de él por completo, todavía hubiera yo preferido morir a dejar solo a Joaquín Figueredo, sin los cuidados y la ternura que hoy más que nunca necesita y que yo le dedico. Por esta consideración, casi me alegro de que Juan Maury me haya dejado y se haya ido muy lejos.

«Cada uno de esos imperceptibles dice Maury, cambia el equilibrio del Océano; todos le armonizan y son sus compensadores.» ¿Con esto está dicho todo? ¿Acaso no serían esos motores esenciales los que han creado las grandes corrientes y puesto en movimiento la máquina? ¿Quién sabe si ese circulus vital de la animalidad marina no es la rueda motora de todo el circulus físico; si el mar animalizado no da la oscilación eterna al mar animalizable, por organizar aún, si bien sólo aguarda la ocasión de serlo fermentando de vida cercana?

El único resultado que obtuve fue infundir en su ánimo un miserable terror de que su Lady sorprendiese mi correspondencia a medias y pusiese el grito en el cielo. Para salvarse de tamaña calamidad, Juan Maury me envió como mensajero a un hombre de negocios de toda su confianza, quien, más que a convenir en nada, vino a imponerme silencio.

El padre Maury y Talleyrand le llaman discípulo: es un diccionario de fechas, un catálogo de acontecimientos, un archivo de anécdotas, una mina de agudezas. Nunca ha querido escribir por temor de perder su preeminencia, pero en cambio presume de narrador.

El bastón de Juan Maury era un bambú como cualquiera otro. Por donde descollaba y pasmaba, era por el puño, hecho de marfil en forma de cabeza semi-humana, semi-perruna, bastante bien tallada. Los ojos eran de vidrio, imitando los naturales, y muy luminosos. La parte que figuraba el pelo estaba teñida de negro; en las mejillas había un tinte sonrosado, y en la boca vivísimo color rojo.

Rafaela rió entonces con carcajadas más sonoras, y, para no llamar la atención del público, se retiró al fondo del palco. Allí siguió la risa, y siguió, hasta que D. Joaquín, que había cesado ya de mover el resorte, acabó por alarmarse. También se alarmaron Juan Maury y el vizconde, únicos allí presentes. La risa, por caso extraño, se convirtió en ataque de nervios.

Palabra del Dia

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