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Actualizado: 11 de julio de 2025


¡Oh!... ¡si habrá arenas en todita la mar y sus arenales! repitió Mauricia con voz patética. Pues aunque los pecados de una sean más que las arenas, Dios los perdona cuando una se arrepiente de verdad. ¿Y crees que una idea, pongo por caso, es también pecado? Según y conforme. Pero no tienes malas ideas. Estate tranquila.

Pero qué frío estaba, tan frío que quemaba. El contacto del metal llevó por todo lo largo del espinazo de Mauricia una corriente glacial... Vaciló. ¿Lo cogería, o no? , mil veces; aunque muriera, era preciso cumplir. Con exquisito cuidado, más con gran decisión, empuñó la custodia bajando con ella por una escalera que antes no estaba allí.

Después soñaba que era ella la esposa y Jacinta la querida del tal, unas veces abandonada, otras no. La manceba era la que deseaba los chiquillos y la esposa la que los tenía. «Hasta que un día... me daba tanta lástima que le dije, digo: 'Bueno, pues tome usted una criatura para que no llore más'». ¡Ay, qué salado! exclamó Mauricia . Es buen golpe. Lo que una sueña tiene su aquel.

«¿Qué dices? preguntó después como quien sostiene un diálogo . Habla más alto, que con el ruido del órgano no se oye. ¡Ah!, ya entiendo... Estate tranquila, que aunque me maten, yo te lo traeré. Ya sabrán quién es Mauricia la Dura, que no teme ni a Dios... Ja ja ja... Mañana, cuando venga el capellán y bajen esas tías pasteleras a la iglesia, ¡qué chasco se van a llevar!».

Su fealdad sólo era igualada por la impavidez y el desdén compasivo con que miró a Mauricia. Sor Marcela traía en la mano derecha una gran llave, y apuntando con ella al esternón de la delincuente, hizo un castañeteo de lengua y no dijo más que esto: «Andando». Quitose la fiera con rápido movimiento su toca, sacudió las melenas y salió al corredor, echando por aquella boca insolencias terribles.

Quite usted, quite usted... Eso lo dice por disimular. ¡Sabe Dios las misericordias que usted, a la calladita, habrá hecho en este mundo, con esta misma Mauricia tal vez...! Y ahora me las quiere colgar a . ¡Yo!... ¡Jesús! No digo que no tenga yo también algunas buenas obras en mi cuentecita del cielo; ¡pero compararme con usted...! Calle por Dios, señora.

Lo he estrenado hoy... no lo ensuciaré, porque no bajo al patio añadió la pequeña, hinchando de gozo y vanidad sus naricillas. ¿De quién eres? ¿Cómo te llamas? Adoración. ¡Qué mona eres... y qué simpática! Esta niña dijo una de las vecinas , es hija de una mujer muy mala que la llaman Mauricia la Dura.

Y Mauricia, ¿qué tal?...». He aquí a la prójima otra vez turbada y sin saber lo que le pasaba. «Muy bien... pero muy bien... Mauricia contenta...». Agradeció mucho Fortunata que en aquel momento se abriese suavemente la puerta de la alcoba y apareciera la cabeza de Severiana.

A Mauricia le temblaba la quijada, y sus ojos tomaban esa opacidad siniestra de los ojos de los gatos cuando van a atacar. Las recogidas la miraban con miedo, y algunas monjas rodearon a la Superiora para hacerla respetar. «Vaya con lo que sale ahora la tía chiflada... ¡Encerrarme a !

Pero cuando le dijo a Mauricia que se marchara, esta no quiso, y empezó a poner de oro y azul a doña Guillermina, hallándose esta presente, y a todas las señoras de las Juntas católicas, diciendo que eran unas tales y unas cuales. ¡Qué bribona! Si es atroz... le entran esos toques, y no sabe lo que dice. Doña Guillermina no se acobardó por esto, ni renunció a llevársela.

Palabra del Dia

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