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Actualizado: 7 de junio de 2025
Vayan al diablo el Señor y los Reverendos Padres refunfuñó Zalacaín . La verdad es que este rey es un rey ridículo. Esperó Martín a que despachara el Señor con los Reverendos, hasta que el rozagante Borbón, con su aire de hombre bien cebado, salió de la ermita, rodeado de su Estado Mayor. Junto al Pretendiente iba una mujer a caballo, que Martín supuso sería doña Blanca. Ahí está el Rey.
Lo mismo Capistun que Martín, tenían como punto de descanso el pueblo de Zaro, próximo a San Juan del Pie del Puerto, donde vivía la Ignacia con Bautista. Capistun y Martín conocían, como pocos, los puertos de Ibantelly y de Atchuria, de Alcorrunz y de Larratecoeguia, toda la línea de Mugas de Zugarramurdi.
Estas las refieren practicadas nuestros cronistas en la coronación de Doña Maria de Luna, hija del Conde de Luna, esposa de D. Martin, el cual se coronó el 13 de Abril de 1399, y el martes de la semana siguiente principiaron las fiestas de la coronacion de la Reina, concurriendo á la ALJAFERIA los mismos que habian asistido á la coronacion de su marido, é iguálmente varias nobles dueñas y doncellas de la ciudad en gran número, como dice Carbonel.
Llevaron a Martín a un cuarto desmantelado y polvoriento, en cuyo fondo había una alcoba estrecha, con las paredes cubiertas de unas manchas negras de humo. Sin duda los huéspedes mataban las chinches quemándolas con una vela o con la lamparilla y dejaban estos tranquilizadores rastros. En el gabinete y en la alcoba olía a cuadra, olor que venía de las junturas de las maderas del suelo.
Después de comer, Martín se retira a su escritorio, seguido por las miradas impacientes de Gertrudis, que espera el momento en que va a conocer los secretos de «la bella molinera.» Atraviesan de bracete la pradera, para ir a la presa. La hierba está húmeda de rocío. El cielo, surcado de bandas rojizas.
Un amigo suyo le ruega que le ayude á conseguir la mano de su amada Clemencia, que su padre le niega. Este, llamado Martín Crespo, deja entonces de ser alcalde, y ejerce por última vez sus funciones de juez.
Ustedes no lo han de creer, pero para ella el general San Martín fue toda la vida un bruto. Y añadía como encantado: Figúrense ustedes, el Libertador de América, uno de los primeros generales del mundo. Pero mi abuela, es claro, la pobre no lo apreciaba sino por su vida en familia.
Palidece y adelgaza; anda vagando de un lado a otro como una sonámbula. Alrededor de sus ojos se dibujan surcos azules que se ensanchan cada vez más alrededor de su boca se forma un pliegue que se contrae sin cesar. Martín no ve nada de eso. Todo su ser está embargado por el dolor de haber perdido su hermano.
Capistun y Bautista anduvieron entre los grupos. Se decía que uno de aquellos caballeros era Cathelineau, el descendiente del célebre general vendeano; se señalaba también al conde de Barrot y a un marqués navarro. Cuando llegó Martín a Vera se encontró la plaza llena de carlistas; Bautista le dijo: La guerra ha empezado. Martín se quedó pensativo. Volvieron Martín, Capistun y Bautista a Francia.
Dió después Martín la vuelta al prado de Santa Ana, hasta detenerse prudentemente a quince o veinte metros de la entrada del circo. Al ver a Linda le dijo: ¿Quieres venir? No puedo. Pues ahora te traeré las cerezas.
Palabra del Dia
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