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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Dolly Winthrop le decía entonces que los castigos le harían bien a Eppie, y que no era posible educar una criatura si ciertas partes blandas y que no corren ningún riesgo por esto, no le escocían de cuando en cuando. Además, podríais hacer otra cosa, maese Marner agregó Dolly con aire pensativo , y sería encerrarla alguna vez en la carbonera.

Y, ¿cómo hubiera podido gastar el dinero en su aldea sin traicionarse? Se hubieran visto obligados a fugarse, resolución tan ciega y tan temeraria como la de viajar en globo. Así, año tras año, Silas Marner había vivido en aquella soledad.

Y continuó hablando mientras miraba a Silas con compasión: ¿Pero no oísteis las campanas de la iglesia esta mañana, maese Marner? ¿Conque ignorabais que hoy es domingo? Viviendo aquí tan solitario os olvidáis del día que es, me parece; además, con el ruido del telar, no oís las campanas, que, por otra parte, ahora sofoca el aire frío y húmedo que reina.

No se detuvo más tiempo en las sutilezas de las pruebas; la cuestión urgente, ¿dónde está el dinero? se apoderó de tal modo de su espíritu que le hizo olvidar por completo que la muerte de Marner no era una certidumbre. Un espíritu pesado, cuando llega a una conclusión que lo halaga, no conserva la conciencia de que la idea de qué ha sacado aquella conclusión era puramente problemática.

Marner era capaz de curar otras personas si quería; en todo caso era bueno hablarle, con suavidad, siquiera para evitar que hiciera daño. A ese temor vago debía Marner en parte el estar al abrigo de las persecuciones que su singularidad hubiera podido atraerle; pero más aún lo debía a una circunstancia particular.

Entonces, si soy yo el nombrado suplente, iré con vos, maese Marner, y examinaré el sitio. En caso de que alguien quiera contradecir esto, le agradeceré que se ponga de pie y lo diga con franqueza. Con este discurso importante, el herrador había recuperado su propia estima, y esperaba que se le designara como uno de los hombres más sensatos.

Al cabo de quince años, las gentes de Raveloe decían de Marner exactamente las mismas cosas que al principio; no las decían tan a menudo, pero creían tan firmemente en ellas cuando les acontecía decirlas.

Y preguntó entonces con el aire de un juez que le hace al testigo preguntas capciosas: ¿Cuánto dinero podía haber en los talegos, maese Marner? Doscientas setenta y dos libras esterlinas, doce chelines y medio chelín, había ayer noche cuando las conté dijo Silas exhalando un suspiro y volviéndose a sentar. ¡Bah! No era tan pesado de cargar. Entró el vagabundo, y se las llevó.

Contened vuestra legua, Jacobo, y escuchemos lo que tiene que decir prosiguió el tabernero . Vamos, hablad, maese Marner. Entonces Silas contó lo que le pasaba, y fue frecuentemente interrumpido por las preguntas a medida que el carácter misterioso del robo se volvía evidente.

La propia Nancy, a pesar de toda la sensibilidad delicada de su corazón, compartía la opinión de su marido de que el deseo de Marner de guardar a Eppie no era justificado, después que el verdadero padre de ésta se había hecho reconocer.

Palabra del Dia

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