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Actualizado: 18 de julio de 2025


Púsolas en un vaso con agua fresca, almorzó, y escribió dos cartas, gastando en ellas, por su torpeza en la caligrafía, ocho plieguecillos del timbrado papel, y habría gastado más si no le dieran a la sazón la noticia del crimen de su hermano. Dejolo todo y salió agitada, para enterarse en el Juzgado, visitar a Mariano en la cárcel y ver el partido que debía tomar.

Don Mariano hizo un gesto de disgusto, exclamando: ¡Vaya por Dios, hijo, vaya por Dios!... Siento que te nos marches ahora... En fin, si es tu gusto... Ricardo guardó un silencio sombrío.

Don Mariano, antes de responder, se palpó con aire distraído todos los bolsillos de la ropa, y no hallando lo que buscaba, dirigió la vista hacia un rincón de la sala. Martita, ven acá. Una niña que estaba sentada en el extremo de un diván, sin hablar con nadie, llegó corriendo.

En efecto, don Mariano era un creyente sincero, que cumplía escrupulosamente con los preceptos morales de la religión, pero que miraba con un poco de tibieza, ya que no con desdén, los referentes al culto.

Al entrar don Mariano en la habitación, Martita sintió una sacudida, y levantándose de pronto arrojose en sus brazos sollozando fuertemente. Estaba salvada. Los amigos de la casa lograron a fuerza de instancias que don Mariano y Martita se retirasen a descansar unos instantes, mientras ellos se pusieron a dictar las medidas oportunas para la conducción del cadáver y funeral.

Faltó poco para que don Mariano lo echase todo a rodar, lanzando algún insulto a la cara de aquel soldadote; pero las amarguras que desde la noche anterior venía padeciendo le tenían muy abatido. Por otra parte, temió comprometer gravemente la situación de su hija, y viéndola libre no quiso perderla de nuevo.

Verdaderamente no se podía pasar sin papel de cartas, ¡ni de qué servía un papel que no tuviera timbre!... «Aún me queda bastante dijo al regresar a su casa para poner a Mariano en un colegio y comprarle algo de ropa...». Hacía cuentas mentalmente; pero las cifras sustraídas eran tan rebeldes a su espíritu, que ni se acordaba bien de ellas, ni acordándose sabía darles su justo valor.

Don Mariano asintió, inclinándose con galantería y sonrojándose levemente: Mil gracias por considerarme un amigo, aunque un poco paternal... ¡Pues «Coca» llamaré mientras viva a la más bonita niña que he conocido! Al oírle, Coca le amenazó graciosamente con su abanico chinesco...

En cuanto a las sanguijuelas del país, que chupan la sangre del obrero, y en cuanto a todos nosotros, que no tenemos callosidades en las manos, Mariano creía aborrecerlos tanto como su maestro; pero lo que hacía era envidiarlos, pues la envidia suele usar la máscara del odio.

Cerca de diez meses estuvieron por Valencia, al cabo de los cuales regresaron a La Habana, continuando don Mariano en el desempeño de su antiguo destino. Los padres, pues, de Martí, españoles, lo educaban en el amor a España y en la sumisión más absoluta a su Gobierno.

Palabra del Dia

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