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Púsolas en un vaso con agua fresca, almorzó, y escribió dos cartas, gastando en ellas, por su torpeza en la caligrafía, ocho plieguecillos del timbrado papel, y habría gastado más si no le dieran a la sazón la noticia del crimen de su hermano. Dejolo todo y salió agitada, para enterarse en el Juzgado, visitar a Mariano en la cárcel y ver el partido que debía tomar.
Segismundo, que en aquel momento tenía poco que hacer, dejolo todo por atender cortésmente a la señora de su amigo y serle grato en lo que de él dependiera. Era hombre que tenía que contenerse mucho para no ser galante y aun atrevido con cualquier mujer en cuya presencia estuviese. Con Fortunata se había permitido alguna vez tal cual broma; aquel día se corrió más.
Dejólo donde se bifurca con el camino que conduce al cementerio de San Isidro y siguió hacia éste a pie. Ascendió con rapidez la cuesta, llegó y penetró en el nuevo recinto, donde, como exige la ley, a los muertos se les da tierra, no se les encajona en largas y sombrías galerías. Con paso rápido avanzó hasta una sepultura con losa de mármol blanco rodeada de una pequeña verja, y se detuvo.
Entonces doña Alvarez, levantando su bastón, dejolo caer sobre el cacharro, diciendo con voz baja y severa: La hija de un Blázquez no bebe en la rúa. La niña obedeció, y sonriendo a su antiguo galán, que se acercaba haciéndose encontradizo, murmuró dulcemente: El otro domingo vuelve mi padre de la corte. Vaya vuesa merced a saludalle.
Al salir ella, dejólo caer y trató de seguirla; pero a la puerta estaba un carruaje esperándola. El lacayo, sombrero en mano, le abrió la portezuela, y los caballos arrancaron al instante con velocidad. ¿Qué es eso, D. Raimundo? le dijo el dependiente, viéndole entrar de nuevo en la tienda . ¿Le ha hecho a usted impresión mi parroquiana?
La marquesa pidió un crucifijo, y poniéndoselo delante, díjole que hiciera ante él examen de conciencia, en tanto que llegaba el padre; tomólo Diógenes con ambas manos y besólo devotamente, mas dejólo caer a poco sobre la colcha, llorando desconsolado. ¡Si no sé, María!... ¡Si no me acuerdo!... No te apures, hombre, yo te enseñaré en un momento...
Dejólo caer, sin embargo, el Reyecito sobre la rica colcha, sin mirarlo casi, y quedóse largo tiempo pensativo, con el codo apoyado en la almohada. De pronto dijo, con esa expresión seria y meditabunda que toman á veces los niños, cuando reflexionan ó sufren: Mamá... ¿Por qué los niños pobres rezan lo mismo que yo, Padre nuestro, que estás en los cielos?...
Palabra del Dia
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