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Actualizado: 1 de julio de 2025


Parecía ella una sacerdotisa y él un acólito de aquel culto platónico. El mismo don Fermín, las veces que presenciaba aquellas ceremonias, sentía un vago respeto supersticioso, sobre todo si contemplaba el rostro de su madre, más pálido entonces, algo parecido a una estatua de marfil, la de una Minerva amarilla, la Palas Atenea de la Crusología.

Cuando estuvo del todo aparente, volvió la cabeza y se adelantó, despacio, muy despacio, hacia Ramiro. Su rostro, de una extrema palidez de marfil, estaba surcado de hondas arrugas verticales, que iban a perderse entre la barba canosa, barba ensortijada por los dedos nerviosos, durante las horas de meditación. Los párpados estaban recargados de fatiga y de insomnio.

Y cuando la pieza blanca caía en el abismo, el nadador iba a su alcance con la cabeza baja y las manos juntas en forma de proa, dejando la piragua balanceante detrás de sus pies con el impulso del salto. El cuerpo bronceado tomaba una claridad de marfil en el cristal verde de las aguas removidas.

Sobre la mesa había unos guantes, varios libros, dos retratos en bonitos marcos, uno de ellos del gordo Arnaiz, una papelera, juego de de finísima porcelana, una cajita de marfil y otros objetos muy lindos. «Aquel guante dijo Moreno , que monta sobre la papelera, parece exactamente un lebrel que corre tras la caza... ¡Qué silencio tan solemne hay ahora!

Luego se sentó en el suelo, abarcando las rodillas con los brazos, y quedó inmóvil. El luminoso marfil de su dentadura brillaba sonriente sobre el rostro moreno. Sus ojos maliciosos fijábanse en el señor con una expresión de can alegre y fiel. Pero ¿no estabas en Ibiza para ser cura? preguntó Jaime mientras atacaba la comida. El muchacho movió la cabeza. , señor; estaba.

Las clavellinas que de ingente roca nacen en la hendidura, envidian los perfumes de su boca, y el marfil de sus dientes la blancura. De su albo cuello en el contorno vago algo incorpóreo, inmaterial se extiende... ¡Es el cisne del lago! ¡Es la paloma que el espacio hiende!

OTRA FÓRMULA. Se hacen fundir al baño maría cuarenta gramos de cera amarilla para diez céntimos de negro de marfil con una cucharada grande de aceite de lino. Cuando todo esté fundido se le incorpora, lejos del fuego, veinte gramos de esencia de trementina.

El autor se inclina, finalmente, por el marfil teñido, influído, sin duda, su espíritu por las rumbosidades de Trajano que prefería el leve y sutil sonido de las perlas. Habla luego el licenciado de los colores de las maderas en contraste con el cutis de las tocadoras.

Todo de marfil y de oro con un crucifijo grande de oro macizo. Para rezar no hace falta tanto lujo, ¿verdad, señorita? Para rezar no hace falta más que un corazón limpio y humilde. ¡Ay, señorita, qué bien habla usted! Parece mentira que no tenga más que veinte años. Pero cuando Dios quiere conceder dones a una criatura, lo mismo da que sea joven o vieja, rica o pobre.

Pero ellas pasan no sin haber tenido quizá su ideal como las otras, en forma negativa y con amor inconsciente y de nuevo se ilumina en el espíritu de la humanidad la esperanza en el Esposo anhelado; cuya imagen, dulce y radiosa como en los versos de marfil de los místicos, basta para mantener la animación y el contento de la vida, aun cuando nunca haya de encarnarse en la realidad.

Palabra del Dia

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