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Actualizado: 3 de junio de 2025


En pleamar pueden entrar navios de cualquiera porte, porque, como ya se dijo, la marea sube y baja seis brazas perpendiculares, y hace muy diferente la apariencia de la entrada y del puerto, como se en dos planos que hizo el Padre Quiroga.

Me voy corriendo, aunque me caiga. Con esto desapareció. ¡Jesús! dijo la marquesa . Rafael me marea; parece hecho de rabos de lagartijas. Se mueve tanto, gesticula tanto, charla tan sin cesar y tan deprisa, que me quedo en ayunas de la mitad de las cosas que dice. Poco pierdes dijo el general.

Navegaron al oeste, hasta la punta oriental de una isla, á la cual llamaron la isla de Olivares por respecto al capitan de este navio: y habiendo entrado por un caño estrecho, que divide á esa isla de la tierra firme, salieron con bastante trabajo á una ensenada pequeña que hace cerca de la punta occidental, sin poder pasar adelante este dia, por haber quedado en seco la lancha, con la baja marea.

Yo elegí el último punto por la comodidad con que entonces se hacía el viaje; pues había un paquete quincenal entre aquel puerto y éste; un quechemarín que se ponía junto á la botica del doctor Cuesta.... ¿Se admira usted? Es que entonces ni existía la plaza de la Verdura, ni en su existencia se pensaba, porque llegaba la marea muy cerca del Arco de la Reina.

¡Por Cristo! su tartana va a estrellarse contra los escollos exclamó el oficial . Dios es justo, y puesto que sale del canal contra la marea, su pérdida es segura. En efecto, el condenado bordeaba intrépidamente aquel paso, que el furor de las olas debía hacer impracticable.

Por un lado el movimiento y el ruido de la playa, el murmullo cadencioso de las olas, las canciones de las lavanderas al depositar la ropa en las rocas, las risotadas de los bañistas y las locas carreras en la marea baja por la inmensa sábana de arena franjeada de plata; y por el otro la calma y el reposo de los campos, las frondosas laderas y el camino solitario en el que raros transeúntes ponían una sombra de vida, mientras que la capilla con sus muros grisáceos, su puerta baja y sus barrotes en cruz, parecía, al contrario, un monumento funerario.

Mis aciertos y mis errores, hijos son de mi tiempo: ni por éstos mereceré censura, ni por aquéllos soy digno de alabanza: de que enderecé al bien la voluntad, estoy seguro. Madrid, 1895. Sonaron las campanadas del medio día y de allí a poco la puerta comenzó a despedir en oleadas de marea humana la muchedumbre cansada y silenciosa que componía el personal de los talleres.

A las dos de la tarde, tomando mucha fuerza la corriente de la marea que bajaba, les precisó á dar fondo con un anclote. En el interin que cesaba el flujo de la marea, saltaron en tierra algunos; y habiendo observado D. Diego Varela y el Padre Joseph de Quiroga, las vueltas y bajas que hacia el rio, se volvieron á bordo á las 4 de la tarde.

Y sin embargo, continuaban retrocediendo, obedientes á una orden terminante y severa. «No comprendemos... decían . No comprendemosLa marea ordenada y metódica arrastraba á estos hombres que deseaban batirse y tenían que retirarse.

Era mucho engordar el suyo; y lo peor de todo, que no podía saber cuándo ni en qué pararía aquella marea de grasa, porque el apetito iba también en auge, y más bravo se le ponía cuanto más alimento se le daba. Por de pronto nada le dolía; y fuera de no poder calzarse, ni vestirse, ni acostarse por sola, andaba como un reló.

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