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Actualizado: 19 de junio de 2025


Al llegar Batiste á las inmediaciones de la taberna de Copa, un hombre apareció en el camino saliendo de una senda inmediata y marchó hacia él lentamente, dando á entender su deseo de hablarle.

La conversación durante el camino había sido animada: había hecho gala ante sus amigos de una alegría sincera, aunque un poco febril. Había encendido tres o cuatro cigarros, y arrojádolos al poco de empezados. Cuando todos descendieron del coche, marchó él con paso firme, demasiado firme tal vez.

También le regaló 5 mucho dinero y un barco de oro. El joven se metió en el barco y se marchó. Llegó a una ciudad y fue a una posada. Los mozos de la posada pusieron el barco en una sala cerca de su alcoba. Entonces el joven salió a ver la ciudad. Cuando pasó por el palacio vio un letrero en la puerta que 10 decía: Dentro del palacio está escondida la hija del rey.

Se hace una querer del marido, enjaretándose los calzones como me los enjareto yo... Así se gobiernan las casas chicas y las grandes, señora, y el mundo. ¡Qué salero tienes! Alguna sal me ha puesto Dios, sobre todo en la mollera. Ya lo irá usted conociendo. Ea, que me marcho. Tengo que hacer en casa».

Estas fueron las últimas palabras de la fantástica Francisca, que dijo que nos dejaba porque tenía que terminar sus visitas de primero de año. En cuanto se marchó, me levanté para despedirme de aquellas señoras, pero la de Ribert me detuvo. Esta Francisca es alarmante, muy alarmante... Su gana de casarse le turba el entendimiento dijo moviendo la cabeza con expresión meditabunda.

Está bien; cada cual tiene los suyos y yo no tengo ningún derecho para preguntar los de usted. Se volvió a la sala y no me dirigió la palabra en toda la noche. Cuando se marchó le ofrecí la mano, pero fingió no verlo y se contentó con saludarme fríamente.

Vieron que atravesaba el alambrado, y un instante creyeron que se iba a equivocar; pero al llegar a cien metros se detuvo, miró el grupo con sus ojos celestes, y marchó adelante. ¡Que no camine ligero el patrón! exclamó Prince. ¡Va a tropezar con él! aullaron todos.

Y Villalonga dio principio a su relato delante de Jacinta; pero en cuanto esta se marchó, el semblante del narrador inundose de malicia.

Luego había sorprendido varias veces los gemelos de ella fijos con insistencia en su persona, buscándolo en su retiro entre barreras. ¡Aquella gachí!... Tal vez se sentía atraída de nuevo por los mozos de corazón. Gallardo pensaba visitarla al día siguiente, por si había cambiado el viento. Sonó la señal para matar, y el espada, luego de un corto brindis, marchó hacia el toro.

Si hablas, dejo la casa, me marcho, huyo... Bueno, está bien, no diré nada. Adiós, Juan. Dentro de algunas horas estaré lejos; abracémonos, pues pasará mucho tiempo antes que nos veamos. Te deseo un feliz viaje, mi querido Jaime. Se unieron en estrecho abrazo.

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