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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Grimaldo, Bernardo Carpió, Brabonel, príncipes. Don Aguilar, consejero. Don Fernández, conde. Don Rodríguez, capitán. Dos graciosos. Los doce pares de Francia, ejércitos moros y ejércitos cristianos. Después de lo anterior, ni se marcaba época, ni lugar, ni distribución de escena; bien es verdad que, según iba viendo, para maldita la cosa hacían falta tan pequeñísimos detalles.
Le arrastraba con sobrehumana ligereza, lo llevaba volando ó nadando no lo sabía él con certeza , á través de un elemento ligero y resbaladizo, y así iban los dos vertiginosamente, deslizándose en la sombra, hacia una mancha roja que se marcaba lejos, muy lejos.
Miró en torno de ella, titubeando, como extrañada de verse en el lecho, en plena noche, a la luz de una bujía que marcaba en la pared las sombras de Isidro y la Teodora, sentados junto a la cama. ¡Ya está buena la señorita! gritó la vieja . ¡Olé, ya tenemos niña!
Tanta era su alegría después de esta excursión, que durante el camino de regreso, influenciado por la dulzura del atardecer, empezó á cantar mientras marcaba el paso, llevando sobre un hombro el árbol convertido en garrote. Su canción era una marcha belicosa de las que entonaba el ejército americano durante la guerra en Francia.
El sello de sus hazañas marcaba siniestramente su rostro en un chirlo, que le cogía desde la frente hasta el carrillo, cegándole un ojo y abollándole media nariz. Los cinco detuvieran al anciano. "¡Mátale, mátale! dijo con aguardentosa voz el matutero, pinchando con la varita que llevaba en la mano el pecho de Elías. No, déjale, Perico. ¿De qué vale espachurrar á este bicho?
Y marcaba los ergos y los tues con una fruicion indecible y guiñaba el ojo como diciendo: ¡estás frito! Es que... es decir que... balbuceaba Plácido. Es decir que no has comprendido la leccion, espíritu mezquino que ¡no te entiendes y soplas al vecino! La clase no se indignó, al contrario, muchos encontraron el consonante gracioso y se rieron. Plácido se mordió los labios.
Aproximándose más á este hombre se notaba: primero, que tenía cincuenta y más años; segundo, que tenía los cabellos mitad canos, mitad rubio panocha; tercero, que su fisonomía marcaba á un tiempo el recelo, la avaricia y la astucia; cuarto, que á pesar de todo esto, había en aquel semblante esa expresión indudable que revela al hombre de bien; quinto, que era rígido, minucioso é intransigible con las faltas de sus dependientes en el desempeño de su oficio; sexto y último, que emanaba de él cierta conciencia de potestad, de valimiento, de fuerza, que le daba todo el aspecto de un personaje sui generis.
Y repuesto por unos meses de descanso y holgura, a causa de haber vendido su casucho y unas vacas, Muiños entró en el buque con un aspecto engañador de hombre sano. El ambiente del mar y la vida de a bordo habían sido fatales para él: cada día transcurrido marcaba un descenso de su salud.
Luego añadió con ingenuidad, como si quisiera desvanecer el gesto de escándalo y tristeza que se marcaba en el rostro del Nacional: Yo quiero mucho a Carmen, ¿te enteras? La quiero como siempre. Pero a la otra la quiero también. Es otra cosa... no sé como explicártelo. Otra cosa, ¡vaya! Y el banderillero no pudo sacar más de su entrevista con Gallardo.
Por los «lombíos» que había tumbados ya y la hora que marcaba mi reló, poco más de las siete de la mañana, supuse que había comenzado la faena a punto de amanecer. En esto llamó a la puerta de mi cuarto Neluco que iba a despertarme, porque era largo el camino que nos aguardaba y debíamos de aprovechar de la mañana todo lo posible para andarle.
Palabra del Dia
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